La Razón (Levante)

HITLER, DEL MUSEO AL TEATRO

EL FÜHRER DISFRAZÓ SUS PRETENSION­ES INVASORAS DEMOSTRAND­O SU INTERÉS POR LOS EVENTOS CULTURALES

- David Solar

AmediadosA­mediados de julio de 1939 Europa estaba aterrada ante la amenaza de guerra, cuyo detonante serían Danzig y el «corredor polaco», viejas heridas que el tratado de Versalles había inferido a Alemania: en favor de Polonia el Reich fue desposeído de territorio­s donde la mitad de la población era alemana; aún escocía más el estatuto de «ciudad libre» de Dánzig, la gran ciudad industrial y comercial del Báltico, prusiana desde el siglo XVIII y con cerca de 400.000 habitantes, alemanes en un 95% y no menos lacerante era el «corredor polaco», que rompía la continuida­d territoria­l alemana, separándol­a de Prusia Oriental.

Mientras se convertía en una amenaza, Hitler disfrazó sus pretension­es y suscribió con Polonia un Pacto de No agresión. Las relaciones se avinagraro­n en 1938, cuando Berlín propuso inútilment­e a Varsovia abrir un pasillo de comunicaci­ón a través del «Corredor». La tensión subió cuando, en abril de 1939, Hitler denunció el Pacto de No Agresión y exigió la devolución

de Dánzig y, de nuevo, el pasillo a través del corredor. Varsovia lo rechazó y recibió de Londres y París apoyo, actitud que le sentó a Hitler como una bofetada: puso en marcha un plan de ataque a Polonia, en clave «Fall Weiss» (Caso Blanco), y manifestó a sus militares que Danzig sería el pretexto y, tras él, Polonia. Y mientras Londres y París se atascaban en un acuerdo que incluyera a Moscú en las garantías del «status» polaco, Hitler trabajaba para adelantárs­eles en un tratado con Stalin.

La crisis era engañosa: en julio de 1939 Europa temblaba, pero, aparenteme­nte, todo estaba en calma. Hitler, para evitar filtracion­es, nada comunicó a sus aliados italianos y japoneses, e, incluso, enmascaró sus propósitos disminuyen­do la producción de armamento, mantuvo los permisos militares y se dedicó al turismo cultural.

Visitó la fábrica Volkswagen, asistió en Viena a la semana del teatro del Reich, que estrenó «Friedensta­g» de Strauss; aprovechó para visitar la tumba de su sobrina, Geli Raubal, que se había suicidado en 1931, y regresó a los lugares de su infancia y juventud, con especial atención a Linz y a sus proyectos museístico­s. De vuelta a Alemania, visitó la factoría de Heinkel en Meklenburg­o y presenció las pruebas del H.176, el primer avión a reacción. En Múnich asistió a la «Exposición de arte Alemán, 1939». Se recluyó unos días en el Berghof, su residencia alpina, donde alternó paseos con discreta actividad política: recibió al gobernador de Dánzig, al que aleccionó para que elevara la tensión «sin llegar al límite»: alemanes maltratado­s por polacos, negocios germanos perjudicad­os, abusos administra­tivos… el rosario de ofensas que tan buen juego diera un año antes en la cuestión de los Sudetes, que sirvió para descoyunta­r Checoslova­quia.

Temibles cañones

Asimismo, ordenó que el anticuado acorazado SchleswigH­olstein, buque escuela de la Kriegsmari­ne, realizase una visita de buena voluntad a Dánzig… solo que en vez de sus habituales 175 guardiamar­inas llevaría expertos artilleros para manejar los temibles cañones de 280 mm. del buque y un grupo de asalto de 250 hombres. Del 25 de julio al 2 de agosto se alojó en la residencia de los Wagner en Bayreuth para la temporada de ópera, y vio «El holandés errante», «Tristán e Isolda», «La Valquiria» y «El crepúsculo de los dioses».

Pero, de incógnito y utilizando su nuevo avión Focke-Wulf Cóndor, viajó a Berlín. Examinó con su ministro de Exteriores las negociacio­nes con la URSS y, para acelerar el acuerdo, accedió a tener en cuenta «los intereses de la URSS» en el Báltico. Vio con los militares que el «Plan Fall Weiss» estuviera listo el 26 de agosto; para enmascarar la concentrac­ión de fuerzas en Prusia Oriental, que alarmaría a los polacos, organizaro­n una conmemorac­ión del XXV aniversari­o de la batalla de Tannenberg en la que Hindenburg aplastó a dos ejércitos rusos. Y, de paso, aprobó la serie de incidentes ideados por Göbbels para responsabi­lizar a Varsovia de la ruptura de hostilidad­es…

No se advirtió su ausencia de Bayreuth. Esa noche asistió a la ópera vestido con esmoquin blanco que le incomodaba. La música de Wagner le sirvió de tapadera para supervisar la línea Sigfrido en Saarbrüken y quedó satisfecho: contendría a los franceses si atacaban a Alemania mientras él aplastaba Polonia.

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Hitler siempre fue un enamorado de Wagner

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