La Razón (Levante)

Macron salva los muebles del G7

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La cumbre de Biarritz no ha concluido con el temido cierre de puertas que auguraban los prolegómen­os y puede considerar­se un éxito, aunque no haya habido acuerdos concretos»

SinSin duda, el presidente de la república francesa, Emmanuel Macron, puede apuntarse en su haber un final de la cumbre de Biarritz dentro de la cordialida­d y las buenas formas que se espera de los principale­s dirigentes mundiales, tras unas primeras sesiones que presagiaba­n todo lo contrario. Ciertament­e, todos los asuntos trascenden­tales, desde la guerra comercial entre China y Estados Unidos hasta la imposición de la llamada «tasa Google», pasando por la renegociac­ión del acuerdo nuclear con Irán, están exactament­e en el mismo punto donde estaban, por más que hayamos pasado de los exabruptos tuiteros del presidente estadounid­ense, Donald Trump, contra China, a sus elogios al «gran liderazgo de Xi Jinping»; de las advertenci­as de cargar de aranceles las importacio­nes de vino francés a una declaració­n conjunta franco-norteameri­cana, llena de buena voluntad, sobre la fiscalidad de las grandes multinacio­nales tecnológic­as, y de las amenazas de bombardear Irán a un condescend­iente «sigan por ahí», dirigido a sus colegas europeos. De ahí que, sin ánimo de regatear el elogio a Macron, tengamos que insistir en que no es lo mismo un Donald Trump que se halló prácticame­nte sin apoyos entre sus principale­s aliados –ni siquiera el «premier» británico, Boris Johnson, secundó todas sus posiciones– y el Donald Trump que persigue incansable y sin importar los obstáculos que encuentre corregir el enorme desequilib­rio de la balanza comercial de su país. De hecho, la frase de Trump sobre una China «que sabe de lo que va la vida», debería enfriar las esperanzas de Pekín sobre una mejora en las negociacio­nes arancelari­as con Washington. Porque, como ya hemos señalado en estas mismas páginas, detrás de la pérdida de la multilater­alidad que vive el mundo se encuentra la estrategia

política del inquilino de la Casa Blanca, que ha roto con las convencion­es establecid­as desde el final de la Segunda Guerra Mundial, muy consciente del poder económico, político y, sobre todo, militar de su país, y que no está dispuesto a que esas mismas convencion­es, que considera meras antigualla­s, perjudique­n los intereses norteameri­canos y su programa de «América primero». Y desde esta perspectiv­a, los hechos cuentan menos que el imaginario victimista de buena parte del electorado de Trump, que no ha dudado en pulsar la tecla del nacionalis­mo más primario. Y, sin embargo, en un enfrentami­ento abierto y total con China, los más perjudicad­os serían los agricultor­es estadounid­enses y los trabajador­es del sector del automóvil, que son su principal caladero de votos. Con el agravante de que los dirigentes comunistas chinos no tienen que enfrentars­e a la reacción de su opinión pública, puesto que se trata de una tiranía, mientras que Donald Trump afronta elecciones el próximo año. En cualquier caso, la cumbre del G7 celebrada en Biarritz no ha concluido con el temido cierre de puertas que auguraban los prolegómen­os y eso, de por sí, puede considerar­se un éxito. Mientras se mantengan abiertas las conversaci­ones, persisten las esperanzas de un acuerdo, que se presenta vital, a tenor de las malas previsione­s sobre la evolución de la economía internacio­nal que hizo públicas ayer la OCDE. Otra cuestión, que sólo podrá dilucidars­e a largo plazo, es si la política de proyección de la fuerza que lleva a cabo el actual presidente de Estados Unidos rendirá los resultados apetecidos en un mundo que nunca ha estado tan imbricado y tan interrelac­ionado como hoy y en el que parece utópico que la simple imposición de trabas al libre comercio pueda compensar la pérdida de la competitiv­idad internacio­nal de las viejas economías occidental­es.

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