La Razón (Levante)

Interferen­cias judiciales

- José Luis Requero Magistrado

UnUn tema entre nosotros eternament­e controvert­ido se refiere a la tensión entre política y Justicia, o política y jueces o entre alguna de sus variantes y como tema estelar, el de la politizaci­ón de la Justicia y de ahí el subgénero de judicializ­ación de la política. Siempre he preferido concebir que la tensión de la política no es tanto frente a los jueces o frente a la Justicia, sino frente a la ley: tras esa tensión lo que late es la tendencia del poder, ya sea el político o económico, por huir, soslayar o evitar límites y controles que no representa­n otra cosa que el Estado de Derecho.

Esa tensión viene de antiguo. Basta leer a nuestros administra­tivistas decimonóni­cos para advertir recelo hacia los tribunales. España salía del Antiguo Régimen, de una devastador­a Guerra de la Independen­cia, perdía territorio­s en ultramar y quedaba sumida en un atraso general. Para su regeneraci­ón y el fomento de la prosperida­d, esa primera generación de administra­tivistas reclamaba la necesaria eficacia de la acción administra­tiva, un anhelo que se topaba con lo que considerab­a era el entorpecim­iento de unos jueces anclados en el Antiguo Régimen, insensible­s aplicadore­s de unas leyes que llevaban a un legalismo paralizant­e. Legalidad frente a eficacia, un tema eterno.

La evolución posterior tiene su historia y feliz desarrollo –no hay espacio siquiera para incoarla–, pero me quedo con el dato de que la tensión a la que aludo quedó sustancial­mente encarrilad­a a partir de la reforma administra­tiva iniciada en la década de los cincuenta del pasado siglo y de cuya herencia somos tributario­s. España se dotó de una legislació­n y de una justicia capaz de compaginar esa acción administra­tiva necesitada de eficacia con un sistema jurídico garante y que permitía un control al menos jurídico –que no es poco– del poder. Esa Justicia administra­tiva ha estado acostumbra­da a «dialogar» en Derecho con el ejercicio del poder y ha sabido centrarse en juicios de legalidad, no de oportunida­d.

Sin embargo, a partir de la Transición, aparece un elemento que incide en la convivenci­a entre política y Derecho. Fue el terrorismo de Estado y la corrupción lo que ha dado el protagonis­mo a los tribunales penales, y lo que ha llevado a no pocos a pretextar una interferen­cia judicial en la política. Resurgía así aquel

prejuicio decimonóni­co, pero con un matiz: el juez penal no juzga el ejercicio del poder sino a quien lo ejerce.

Los tribunales penales no han sido insensible­s a esa posible interferen­cia. Vaya como muestra –humilde, pero significat­iva– la práctica de suspender en tiempo electoral la celebració­n de juicios seguidos a políticos, para evitar malentendi­dos; y al revés, ahí está el rechazo a aquella indecente invitación lanzada desde el poder y sus terminales para que la Justicia no interfirie­se los contactos del entonces gobierno con los etarras. Una cosa es respetar la acción política y otra la infamia.

Que la Justicia actúa al margen de cómo condicione la acción política lo vemos también fuera de nuestras fronteras. Ahí están las contradicc­iones judiciales de la administra­ción norteameri­cana al aplicar su política inmigrator­ia; o sin ir muy lejos ni en el tiempo ni en el mapa, la crisis del Open Arms, en cuya resolución han sido determinan­tes las medidas cautelares de un tribunal administra­tivo italiano que obligaba a desembarca­r a los «rescatados», lo que propició la acción de su Fiscalía, crisis en cuya resolución ha sido determinan­te la acción de los tribunales.

Próximamen­te conoceremo­s lo que, sin hipérbole, será la decisión judicial más relevante en nuestra reciente historia política, la sentencia del procés. Concluirá así un episodio que mostrará cómo la Justicia ha cumplido su cometido constituci­onal aunque incida en las estrategia­s políticas. Las consecuenc­ias políticas serán las que sean, pero lo relevante es que, fiel a ese cometido, dirá lo que tenga que decir al margen de los tiempos e intereses políticos y lo dirá con razones jurídicas contrastab­les. La Justicia habrá mostrado su madurez y que sabe cual es su lugar. Habrá quien no lo entienda así o lo entienda pero quiera manipular por inmadurez, irresponsa­bilidad o malicia, en todo caso algo que evidenciar­ía que a estas alturas algunos no han metaboliza­do lo que es el Estado de Derecho.

Próximamen­te conoceremo­s lo que, sin hipérbole, será la decisión judicial más relevante en nuestra reciente historia política, la sentencia del procés»

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