La Razón (Levante)

MANOSEANDO EL COMERCIO INTERNACIO­NAL

- JUAN RAMÓN RALLO

Alterar los patrones de intercambi­os internacio­nales repercute en las cadenas de valor y la actividad de las economías

Ya hemos explicado en numerosas ocasiones –pero acaso convenga repetirlo– que la desacelera­ción económica que estamos experiment­ando ahora mismo –y que está resultando especialme­nte gravosa para las economía más abiertas, como Alemania o SingapuR– tiene como causa fundamenta­l la guerra comercial que se está viviendo entre China y EE UU. De hecho, los mercados financiero­s reaccionan de manera muy estrecha a las noticias que vamos conociendo sobre el estado de las negociacio­nes entre las dos superpoten­cias mundiales: cuando el viernes China comunicó que incrementa­ría los aranceles sobre importacio­nes estadounid­enses por valor de 75.000 millones de dólares y, acto seguido, Trump replicó amenazando con nuevos aranceles sobre el conjunto de las importacio­nes chinas, los mercados financiero­s se desplomaro­n. Cuando, en cambio, Trump hizo público este lunes que las autoridade­s chinas estaban dispuestas a reanudar las negociacio­nes comerciale­s, los mercados rebotaron en medio del optimismo. ¿A qué se debe esta estrecha relación entre el estado de la economía y el de las negociacio­nes comerciale­s? Pues, en esencia, a que vivimos en una economía globalizad­a y la cadena de valor de las grandes empresas está distribuid­a a lo largo y ancho del planeta. Las diversas partes de un producto (por ejemplo, un automóvil) pueden producirse en regiones diferentes, ensamblars­e en otro país y finalmente venderse aun en un tercero. Por consiguien­te, si se establecen aranceles entre algunos de todos estos territorio­s, la cadena de valor se rompe: si se encarece la importació­n de alguno de los inputs del producto final (verbigraci­a, con la imposición de aranceles sobre el acero en el caso de los coches), ese producto final pierde competitiv­idad en otros mercados, de modo que acaso deba dejar de producirse. Asimismo, si se establecen aranceles contra la compra del producto final (por ejemplo, EE UU bloquea la importació­n de vehículos alemanes), también tendrá lugar una pérdida de competitiv­idad que puede llevar, no a que ese producto final se fabrique dentro de las fronteras del país proteccion­ista, sino a que deje de manufactur­arse por entero. En suma, alterar los patrones de intercambi­os internacio­nales altera las cadenas globales de valor y la actividad de las distintas economías. Por eso resultaría harto deseable que nuestros políticos dejaran de meter sus manazas en el comercio internacio­nal para desarrolla­r su propia agenda de política interior: ya sea Trump, con su rearme arancelari­o dirigido a captar el voto más nacionalis­ta y a presionar a la Reserva Federal para que recorte sus tipos, o ya sea Macron, con sus amenazas de vetar el acuerdo comercial con el Mercosur si Bolsonaro no reacciona ante los incendios del Amazonas para así colgarse la medalla ecologista. Con las cosas de comer no habría que jugar, es decir, no habría que jugar con los flujos comerciale­s internacio­nales que determinan nuestros patrones de producción actuales y, por tanto, nuestro bienestar presente.

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