MANOSEANDO EL COMERCIO INTERNACIONAL
Alterar los patrones de intercambios internacionales repercute en las cadenas de valor y la actividad de las economías
Ya hemos explicado en numerosas ocasiones –pero acaso convenga repetirlo– que la desaceleración económica que estamos experimentando ahora mismo –y que está resultando especialmente gravosa para las economía más abiertas, como Alemania o SingapuR– tiene como causa fundamental la guerra comercial que se está viviendo entre China y EE UU. De hecho, los mercados financieros reaccionan de manera muy estrecha a las noticias que vamos conociendo sobre el estado de las negociaciones entre las dos superpotencias mundiales: cuando el viernes China comunicó que incrementaría los aranceles sobre importaciones estadounidenses por valor de 75.000 millones de dólares y, acto seguido, Trump replicó amenazando con nuevos aranceles sobre el conjunto de las importaciones chinas, los mercados financieros se desplomaron. Cuando, en cambio, Trump hizo público este lunes que las autoridades chinas estaban dispuestas a reanudar las negociaciones comerciales, los mercados rebotaron en medio del optimismo. ¿A qué se debe esta estrecha relación entre el estado de la economía y el de las negociaciones comerciales? Pues, en esencia, a que vivimos en una economía globalizada y la cadena de valor de las grandes empresas está distribuida a lo largo y ancho del planeta. Las diversas partes de un producto (por ejemplo, un automóvil) pueden producirse en regiones diferentes, ensamblarse en otro país y finalmente venderse aun en un tercero. Por consiguiente, si se establecen aranceles entre algunos de todos estos territorios, la cadena de valor se rompe: si se encarece la importación de alguno de los inputs del producto final (verbigracia, con la imposición de aranceles sobre el acero en el caso de los coches), ese producto final pierde competitividad en otros mercados, de modo que acaso deba dejar de producirse. Asimismo, si se establecen aranceles contra la compra del producto final (por ejemplo, EE UU bloquea la importación de vehículos alemanes), también tendrá lugar una pérdida de competitividad que puede llevar, no a que ese producto final se fabrique dentro de las fronteras del país proteccionista, sino a que deje de manufacturarse por entero. En suma, alterar los patrones de intercambios internacionales altera las cadenas globales de valor y la actividad de las distintas economías. Por eso resultaría harto deseable que nuestros políticos dejaran de meter sus manazas en el comercio internacional para desarrollar su propia agenda de política interior: ya sea Trump, con su rearme arancelario dirigido a captar el voto más nacionalista y a presionar a la Reserva Federal para que recorte sus tipos, o ya sea Macron, con sus amenazas de vetar el acuerdo comercial con el Mercosur si Bolsonaro no reacciona ante los incendios del Amazonas para así colgarse la medalla ecologista. Con las cosas de comer no habría que jugar, es decir, no habría que jugar con los flujos comerciales internacionales que determinan nuestros patrones de producción actuales y, por tanto, nuestro bienestar presente.