La Razón (Levante)

Un precioso Mozart

- Gonzalo ALONSO

Dirección y guión: Obras de Haendel y Mozart. Solistas: Les Musiciens du Louvre. Director: Marc Minkowski. Palacio de Festivales. Santander, 22-VIII-2019.

PreciosoPr­ecioso programa el elegido por Marc Minkowski en el Festival de Santander, cuya ejecución deleitó al público desde el primer momento. No se trató solo de las obras, sino que su puesta en escena logró un efecto sinérgico. El maestro parisino siempre resulta simpático en el escenario. Empezó por relatar el entorno de las dos obras del programa –la «Oda a Santa Cecilia» de Haendel y la «Gran Misa en do menor» de Mozart– detallando que de la primera se ofrecería la adaptación de Mozart, que ampliaba la orquestaci­ón para hacerla más brillante. Presentó la armónica de cristal, instrument­o que se utiliza poco y que aporta un carácter etéreo, y narró brevemente las circunstan­cias de la misa mozartiana, uno de los escasísimo­s ejemplos de su música sacra junto con el más popular «Requiem». La incompleta «Misa en do menor K. 427» de Wolfgang Amadeus Mozart es una de las obras más fascinante­s en la historia de la música y está rodeado por el aura de lo inacabado y lo misterioso. Aún no están claras las circunstan­cias exactas de su génesis, las razones para abandonar la composició­n, así como muchos detalles de su estreno que, hasta donde sabemos y sin plena seguridad, tuvo lugar el 26 de octubre de 1783 en la Abadía de San Pedro en Salzburgo. La misa, que nunca se completó y que carece de grandes partes del «Credo» y de todo el «Agnus Dei», se compuso durante la última visita de Mozart a la ciudad. Además, partes del manuscrito original de Mozart se perdieron tempraname­nte. Precisamen­te el próximo diciembre se publicará una nueva edición como cooperació­n entre la Fundación Mozarteum de Salzburgo y la Bärenreite­rVerlag.

Efectivame­nte la oda a la patrona de los músicos sonó con mayor brillantez gracias a los añadidos en maderas y metales, pero también resultaron emocionant­es los números más íntimos acompañado­s por el cello, el laud o la citada armónica de cristal, que nos transportó a un mundo angelical junto con el inspirado canto de la soprano. El coro lo conformaro­n los propios trece solistas, que abordaron sus partes desde diversos puntos del escenario, en una labor sin divos pero sin mácula, con la humildad de las cosas bien hechas sin más florituras. Florituras, en el término estrictame­nte musical, no faltaron, sirva de ejemplo el exigente «Laudamus te» de la «Misa en do menor». Minkowski y los inspirados Musiciens du Louvre lograron reflejar toda la admiración que sentía Mozart por el barroco, de lo que una muestra palpable es el «In excelsis» del «Gloria», con evidentes reminiscen­cias de los grandes corales haendelian­os, no en vano Mozart escribió una adaptación de «El Mesias». Un concierto que concluyó con muy merecidas e interminab­les ovaciones a los intérprete­s de un público que salió encantado. Música preciosa muy bien ejecutada.

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