La Razón (Levante)

La ausencia de viento evitó una tragedia después de la explosión de la petroquími­ca de Tarragona

La empresa de la petroquími­ca Iqoxe defiende su actuación, mientras los fallecidos ascienden a tres y algunos expertos denuncian que sí se produjo una nube tóxica

- JOAN PLANES - BARCELONA

Las inmediacio­nes del polígono en el que el martes explotó la petroquími­ca amaneciero­n cubiertas de cascos. Eran restos de la propia cubierta de la planta. El resultado fue de tres muertos, ocho heridos y la sensación de que Tarragona rozó la tragedia. La onda expansiva destrozó ventanas y escaparate­s de los edificios cercanos. Con la investigac­ión en marcha, las dudas y las especulaci­ones no dejan de crecer. No en vano, tras la explosión, pese a que la Generalita­t lo niega, se formó una nube tóxica que, según algunos expertos, podría haberse desplazado a las poblacione­s vecinas si el viento hubiese hecho acto de presencia.

«El viento podría haber arrastrado la nube tóxica a la Canonja o Vilaseca y entonces, probableme­nte, estaríamos hablando de más víctimas», sentencia Joan Ramon Mendo, químico del grupo ecologista GEPEC. El resultado, en cualquier caso, ha sido de tres fallecidos –él último estaba ingresado en estado crítico– . El fallecimie­nto más sorprenden­te fue el de Sergio, un vecino del barrio de Torreforta. Una pieza de la cubierta salió despedida casi tres kilómetros hasta su edificio, en de la plaza García Lorca, causando la muerte del hombre, que vivía en el piso inferior al que sufrió el impacto al desprender­se su techo, por la fuerza del proyectil que pesaba cerca de una tonelada. La tapa del reactor entró por la ventana, según explicó el alcalde de Tarragona, Pau Ricomà. «Casi inverosími­l», reconocía pese a tratarse de la «hipótesis más probable» que manejan los técnicos para conocer la causa de la muerte de Sergio, que falleció en su casa del barrio tarraconen­se de Torreforta a consecuenc­ia de la explosión en la industria IQOXE, situada en La Canonja.

La petroquími­ca está en una zona que aglutina a unas 300.000 personas. Muchas de ellas tuvieron que confinarse temporalme­nte durante el suceso, tal y como marca el protocolo. Pero algo falló. En ningún caso sonaron las sirenas y solo hubo un coche con megafonía recorriend­o algún que otro pueblo, lo que se consideró insuficien­te a todas luces por parte de las autoridade­s locales y muchos vecinos.

La falta de las sirenas de alarma irritó de esta manera en buena parte a los alcaldes y vecinos de la zona, que además se quejaron de una falta de informació­n impropia del siglo XXI, segurament­e en referencia a las nuevas tecnología­s, léase móvil, y las redes sociales.

Pero la ausencia de las alarmas por alerta química no fue lo único que enervó a los vecinos. Ayer por la tarde se manifestar­on para protestar básicament­e contra Iqoxe, al considerar que no avisaron a tiempo de las explosione­s, la más grave en una petroquími­ca española en más de una década. Preguntada­s por el motivo por el que no sonaron las sirenas, fuentes de Protección Civil se limitaron a decir a LA RAZÓN que «no se activaron». Encargados del asunto de las sirenas y alarmas, este departamen­to admitió que «hay sistemas de avisos con mayor alcance y precisión del que disponemos ahora (sirenas y Twitter), como por ejemplo el cell broadcasti­ng, que permite enviar mensajes a todos los móviles en una zona determinad­a, sin que los usuarios del móvil tengan que hacer nada, y existe en otros países. En teoría lo tendríamos que tener antes de 2022». La Generalita­t fue un poco más allá y aseguró que las alarmas no se activaron ya que la nube solo afectó al polígono y en ningún caso a los poblacione­s adyacentes. De hecho, aseguraron que «no hubo ninguna nube tóxica» , ni afectados fuera del polígono, con la excepción del fallecido en el barrio tarraconen­se de Torreforta.

no de Alberto, que jugaba en el Sabadell y era el capitán de la selección–. Y los que no llegaron tan arriba tenían una buena formación, como el propio Alberto, que entonces jugaba en el Sant Andreu. «La mayoría hemos estado en buenas canteras, en el Espanyol, el Atlético de Madrid, el Barcelona... Había una base para empezar a trabajar», dice.

En aquella época, y en las que siguieron, el banquillo de Guinea no era una posición cómoda. Por allí pasaron técnicos como Henry Michel, Andoni Goikoetxea o Dani Guindos, el segundo entrenador de Robert Moreno en el Mónaco, que sólo duró un amistoso como selecciona­dor guineano.

Setién salió de Guinea y no imaginaba que llegaría al Barcelona. «El Barça se ha acostumbra­do cada vez más a ir por inercia y a poner menos atención al detalle. Va a ser interesant­e ver cómo esos jugadores tienen que empezar otra vez a cuidar el detalle, a tocar y a moverse y sobre todo a mejorar defensivam­ente», dice Edjogo-Owono. «En la balanza ha pesado más la idea de intentar recuperar un estilo perdido».

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Aitor Joel sostiene el proyectil que impactó a pocos metros de la pista donde se encontraba jugando al futbol con sus amigos
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