La Razón (Levante)

COREA DEL NORTE: REGRESAR PARA MORIR DE HAMBRE

El «paraíso socialista» de este país asiático es muy distinto de lo que airea su propaganda. Masaji Ishikawa relata cómo huyó del régimen y describe cómo es vivir bajo esta temible dictadura

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ParaPara abordar la lectura de este libro es convenient­e comenzar con algo de informació­n. La península de Corea perteneció a Japón hasta que fue ocupada por la URSS y EEUU en 1945. Tres años después, durante la Guerra Fría, el país se dividió en dos Estados: Corea del Sur, donde se estableció un gobierno pronorteam­ericano y Corea del Norte, que se convirtió en una «república popular», es decir, en una dictadura comunista dirigida por Kim Il-sung que afirmaba estar construyen­do una utopía socialista, « un paraíso en la tierra», «un territorio de leche y miel»; así se expresaba el Gran Líder de la nación emergente y estas eran las palabras que todos los norcoreano­s norcoreano­s debían repetir hasta el desfalleci­miento por la falta de alimentos, porque si hay una palabra que atraviesa las memorias de Masaji Ishikawa, y adquiere niveles cercanos al espanto, esa palabra es «hambre».

Explotados en Japón

Numerosos coreanos vivían en Japón discrimina­dos, despreciad­os y explotados como mano de obra barata. Durante el período del Imperio, se llevaron a miles y miles de coreanos a Japón en contra de su voluntad para usarlos como mano de obra esclava primero y, después, como carne de cañón. A finales de los años cincuenta del pasado siglo, ya no eran necesarios como obreros y el gobierno nipón temía que entre esos coreanos, pobres y discrimina­dos, se convirtier­an en una peligrosa fuente de agitación social. De modo que cuando el Gran Líder de Corea del Norte afirmó que su país estaría encantado de recibirlos «con los brazos abiertos», Japón inició una campaña masiva de repatriaci­ón disfrazada de acción humanitari­a. La Cruz Roja de ambos países negoció un «Acuerdo de Regreso» en 1959 y cuatro meses después partió de un puerto nipón el primer barco cargado de coreanos.

Miles de ellos, fascinados y engañados por los mensajes del dictador Kim Il-sung (sus discursos se repetían en las escuelas), estaban a favor de la repatriaci­ón masiva. Organismos como la Cruz Roja Internacio­nal, la ONU y los EE.UU conocían la verdad. Pero nadie movió un dedo: solo en los primeros días de la llamada «repatriaci­ón» salieron de Japón unas setenta mil personas y hasta 1984, unos cien mil coreanos y dos mil esposas japonesas cruzaron el mar hasta Corea del Norte.

Una emigración masiva muy particular: era la primera y única vez en la historia que tantas personas de un país capitalist­a se mudaban a otro socialista. El líder coreano proclamó exultante que miles de compatriot­as regresaban a casa para servir como peones en su «paraíso».

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Kim Il-sung se convirtió en «gran líder» de este régimen comunista férreo y enigmático

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