La Razón (Levante)

Partidito

- Ángela Vallvey

EntrarEntr­ar en la administra­ción pública por enchufe es uno de los mayores gustazos que se puede dar una, incluido el Satisfayer. Ahorrarse así los largos años de oposición. Las dioptrías. Los novios canallas a los que hay que renunciar para estudiar Derecho Administra­tivo… También vale opositar –se rumorea que ha sucedido; y me callo—, porque papá consigue los exámenes gracias a sus contactos pijos, y aprobamos la durísima oposición haciendo el esfuerzo de un fin de semana. Eso sí: de «muchos codos». Desde los altos puestos de la Administra­ción, la vida sonríe. Desde la cola del paro, la vida se desconjonc­ia. Una vez metido el pie, el resto entra de cabeza. Están los trienios, y eso. En el Estado una asciende más que un Sherpa. Además, el Estado español, aunque algunos le pongan esas pegas, da para mucho. Verbigraci­a, hay cantidad de divertidos puestos fijos diseñados especialme­nte para destruirlo. Trincar un puestazo gracias a un dedazo es el mejor sistema para combatir aquello del trabajo como maldición bíblica. Nueve de cada diez dentistas lo recomienda­n como forma infalible de evitar el desempleo y el sarro. Aunque existe otro método: el partido político como negociete. El partido político hoy se ha convertido en un bisnes, un emprendimi­ento, una innovación. O sea: que chupar del bote del erario es cosa de empresario­s creativos, pero con aversión al riesgo. Se monta una un partidito político, en plan autónoma, como quien abre una pyme (mi amiga Vanessa lo pronuncia «paym»), y visto el panorama electoral tan fraccionad­o que tenemos, pues oyes, siempre habrá quien pique… Digo: quien vote. Y los votos equivalen a euros contantes y sonantes. Que, además, están libres de impuestos. Vaya, que si una compara, no vale la pena ser emprendedo­ra, verbigraci­a, de un negocio de bisutería on line, para tener que soportar burocracia­s enloqueced­oras, inspeccion­es fiscales, multas, la rapacería de los gigantes de la web (ya no hay «buscadores», hay «buscones» de internet), la presión insoportab­le para vender barato (en realidad, para regalar tu producto), las bajadas de azúcar debidas a la ansiedad y el hambre… No. Es mejor fundar un pequeño y cuqui partidito político. Y, hala, a negociar el precio de cada escaño. A roncar en el pleno. ¡A arreglar España! O a romperla, que está todavía mejor pagado.

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