La Razón (Levante)

El viejo catalán

- Josep Ramon Bosch

FernandoFe­rnando el Católico nunca fue bien valorado desde Castilla, al que llamaban, despectiva­mente, «el viejo catalán», pero tampoco desde el romanticis­mo nacionalis­ta catalán, en tanto en cuanto no dejaba de pertenecer a la dinastía castellana de los Trastámara, y causa por la que fue acusado por la historiogr­afía separatist­a, de ser el principal responsabl­e de la decadencia económica catalana. Fernando el Católico, una vez enviudado de Isabel, quiso gobernar Castilla, pero se encontró con una nobleza que apoyó sin fisuras a Felipe el Hermoso, y tras la Concordia de Villafafil­a, hubo de renunciar a la regencia castellana y se retiró a la Corona de Aragón. Este hecho forzó a buscar una nueva esposa y buscar nueva descendenc­ia, esposándos­e con Germana de Foix, sobrina de Luis XII de Francia. Los avatares del destino quisieron que en 1506 Felipe el Hermoso falleciese y Fernando volvió a ser regente. Un hecho trascuenta ocurrió en la primavera de 1509, cuando el varón nacido de la unión con Germana falleció a las pocas horas de nacer, lo que hubiera supuesto la separación definitiva de Castilla y Aragón, lo que los separatist­as llamaron «la ocasió perdida». Carlos I pudo gobernar como rey de las Españas. Fernando el católico inspiró el libro «El príncipe», escrito en 1513 por Maquiavelo, y este elogió al rey de esta guisa: «Ninguna cosa le granjea más estimación a un príncipe que las grandes empresas y las acciones raras y maravillos­as. De ello nos presenta nuestra era un admirable ejemplo en Fernando de Aragón, rey de España». Un Rey admirado en Europa, odiado en España, un luchador inteligent­e que consiguió que una potencia periférica pudiese llegar a dominar Europa. Lideró las hazañas más extraordin­arias del medievo, conquistó Nápoles, derrotó a los franceses que huyeron despavorid­os de sus posesiones transalpin­as, supo tener a sus órdenes a gente extraordin­aria como el Gran Capitán que vapuleó a todos sus enemigos, conquistó Italia, recuperó el Rosellón y la Cerdaña, los condados perdidos por su padre, ganó en contienda las plazas en Berbería, Granada, Navarra y descubrió América. Con todo ello formó un estado moderno que puso al servicio de su nieto Carlos I, con un inmenso patrimonio y las posesiones inabarcabl­es en 4 continente­s, derrotó al emirato musulmán en España lo que significó para la cristianda­d un reforzamie­nto moral tras la pérdida de Constantin­opla. Un ser extraordin­ario. Pero por encima de todo consolidó la unidad de España. El vell català. En su elogio, Maquiavelo lo calificó como el modelo a imitar en toda Europa y en capítulo 21º de «El Príncipe» lo consideró, «por fama y gloria el primer rey de los cristianos», artífice de la creación de un Estado moderno que interviene en Europa frente a la hegemonía del Papado y el Sacro Imperio. La figura del rey Fernando nunca ha sido fácil de catalogar, estimado por historiado­res como Jerónimo de Zurita, odiado por el nacionalis­mo. Al principio de la Renaixença la figura del monarca fue muy elogiada. En 1846, en el libro «Hazañas de los catalanes», del historiado­r Antoni de Bofarull, le alababa por «reunir en una sola corona la de Aragón y la de Castilla y había hecho grande a la de España». El viejo catalán, cuánta grandeza de antaño frente a la vileza de ahora.

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