La objeción
UnaUna vez, estando yo en el colegio de monjas, la madre superiora nos informó de una actividad escolar que se salía de lo habitual: nos iban a hablar de educación sexual. Creo que pueden imaginar la emoción que sentimos y los nervios ante semejante acontecimiento. A la postre fueron unas filminas con gente corriendo por una playa que acababa abrazándose y la idea fuerza final de que lo mejor era el amor romántico y poco toqueteo. Para todo eso, por supuesto, tuvieron que firmar nuestros padres una autorización y a mí me pareció de lo más normal. Y lo cierto es que, si tuviera hijos, y algún día en el colegio hubiera una charla extraordinaria o con una temática diferente, me gustaría estar avisada. Puede dar la sensación de que estoy a favor del pin parental de Vox en Murcia (con el apoyo del PP) pero nada más lejos de mi intención. Podría entonces dar la impresión de que estoy a favor de lo que dice el Gobierno que asegura que «los hijos no pertenecen a los padres», pero la frase me parece tan peligrosa que prefiero no seguir escarbando. La idea de Sánchez de que entreguemos la educación de nuestros hijos de manera ciega, incondicional y sin posibilidad de intervención alguna al colegio o a sus profesores me suena a irresponsable. Quiero y tengo el derecho a saber lo que mis hijos estudian. Ahora bien, alienar a los niños, contaminarles de antemano contra el feminismo, contra la igualdad de hombres y mujeres, o contra la opción sexual de cualquier ser humano, me parece de las cosas más torpes, catetas, e involucionistas que pueda imaginar. Porque lo que Vox quiere, no se equivoquen, no es que los niños no vean contenidos peligrosos. Lo que Vox quiere es una sociedad bien peinada y decente, excluyente y unívoca. Y, sobre todo, donde se imparta el miedo contra todo lo que se les escapa aún de las manos.