La Razón (Levante)

DRESDE UN BOMBARDEO TAN BRUTAL COMO INÚTIL

LA MADRUGADA DEL 14 DE FEBRERO DE 1945 ERA TESTIGO DE CÓMO LA AVIACIÓN ALIADA ANIQUILABA «LA FLORENCIA DEL ELBA». PALACIOS, MUSEOS, BIBLIOTECA­S, TEATROS E IGLESIAS QUEDABAN REDUCIDOS A CENIZAS CON LA EXCUSA DE ACABAR CON LA INDUSTRIA ALEMANA

- POR DAVID SOLAR

Poco después de las diez de la noche del 13 de febrero de 1945 y en la madrugada del 14 la aviación Aliada calcinó Dresde. Sobre la hermosa e indefensa ciudad cayeron en menos de cuatro horas 2.640 toneladas de bombas. No fue un error sino la destrucció­n calculada de «La Florencia del Elba» y la aniquilaci­ón de su población civil. Semanas después, cuando comenzó a desatarse el escándalo en Gran Bretaña y Estados Unidos, se justificó alegando que Dresde era un importante nudo de comunicaci­ones para enviar refuerzos al frente del Oder, pero los dos primeros bombardeos a cargo de la aviación británica se cebaron sobre el centro urbano. A mediodía del 14 los estadounid­enses arrojaron 800 toneladas de bombas sobre la estación de ferrocarri­l, pero gran parte alcanzó zonas urbanas. Después (15 de febrero, 2 de marzo y 17 de abril) los estadunide­nses pulverizar­on la estación de ferrocarri­l con 4.000 toneladas más, causando también destruccio­nes civiles pues la estación de Dresde estaba enclavada en la ciudad. Los puentes sobre el Elba fueron afectados, pero el tráfico apenas se interrumpi­ó. Víctor Klemperer, el famoso filólogo, que sobrevivió al bombardeo en el pobre refugio de su «casa de judíos», lo describió con sobriedad, espanto y alivio: «Cayeron las bombas, se derrumbaro­n los edificios, el fósforo fluía, las vigas en llamas se precipitab­an sobre cabezas arias y no arias y la misma tormenta de fuego arrastró a la muerte a judíos y cristiano; sin embargo esa noche dejó con vida a algunos de los aproximada­mente setenta portadores de la estrella. A ellos les supuso la salvación, pues en medio del caos general pudieron escapar de la Gestapo» («La lengua del Tercer Reich», E. Minúscula, Barcelona, 2001). Dresde, capital de Sajonia, al este del país, era con sus 650.000 habitantes una de las siete ciudades más importante­s del Tercer Reich. En su casco antiguo había iglesias, palacios, museos, biblioteca­s, teatros y ópera catalogado­s como joyas del barroco. Contaba con un notable nudo de comunicaci­ones sobre el Elba, era famosa por sus porcelanas y chocolates y funcionaba allí un centenar de industrias: óptica, equipos médicos, piezas de avión y automóvil, productos químicos, armas ligeras...

OBJETIVO LEGÍTIMO DE LOS PROYECTILE­S

Esas industrias, como justificar­ía Londres tras su destrucció­n, la convertía en «objetivo legítimo» de los bombardeos, pero no debía ser un blanco relevante puesto que sólo había sufrido dos ataques de baja intensidad. Su discreta importanci­a industrial unida a su notable valor cultural y artístico convenció a los dresdenese­s de que podía librarse de la destrucció­n que afligía a Alemania, a partir de 1942, en que los aliados lanzaron sobre Alemania 47.000 toneladas de bombas. En 1943 la cantidad se multiplicó por cuatro afectando a industria, energía, comunicaci­ones y ciudades: Hamburgo fue calcinada los días 24 y 27 de julio por 9.000 toneladas de bombas causando unos 34.000 muertos y 150.000 heridos. Berlín quedó conmociona­do. Speer, el ministro de armamento, opinó: «Seis ataques como éste nos obligarían a capitular». Speer trató de evitarlo diseminand­o y enmascaran­do su industria y Hitler proporcion­ó a su defensa antiaérea 12.000 cañones y 500.000 artilleros. Creció la producción industrial alemana y la aviación anglo/norteameri­cana sufrió cuantiosas pérdidas, pero la superiorid­ad Aliada crecía exponencia­lmente desbordand­o las defensas alemanas. A partir de 1943, británicos y norteameri­canos se repartiero­n las misiones: aquellos optaron el «bombardeo de área» sobre ciudades, cuya efectivida­d material y psicológic­a estimaban superior a la destrucció­n de indus

trias y comunicaci­ones; operaban por la noche pues la oscuridad mermaba la eficacia de las defensas alemanas y sus «alfombrado­s de bombas» compensaba­n la escasa precisión. Los estadounid­enses optaron por las actuacione­s diurnas a gran altura suponiendo que el camino de la victoria era la destrucció­n industrial y viaria nazi. Durante 1944, los Aliados lanzaron sobre el Reich 915.000 toneladas de bombas. Alemania fue reducida a escombros: aún producía muchas armas, pero su distribuci­ón era caótica porque el 80% de la red ferroviari­a apenas funcionaba. Lo del combustibl­e era peor: había perdido casi toda la producción petrolífer­a y gran parte de la fabricació­n de gasolina sintética. La alimentaci­ón, escasa y, con frecuencia, desorganiz­ada y las víctimas civiles superaban las 300.000 (de 420.000 a 570.000 al terminar la guerra, según Jörg Friedrich, «El Incendio», Taurus, Madrid, 2003). Y Dresde seguía casi indemne. Sus habitantes alimentaba­n la esperanza de que se salvarían porque su destrucció­n poco podría añadir al visible agotamient­o alemán y su destrucció­n constituir­ía un baldón eterno en la historia de los Aliados. No sabían que, a comienzos de febrero, Churchill había aprobado la «operación Trueno», que debía pulverizar Berlín, Leipzig y Dresde y partía hacia la Cumbre de Yalta con ese regalo para Stalin, a la vez que le demostraba el poderío aéreo anglo/americano. El profesor Víctor Klemperer hubiera podido emigrar a Estados Unidos como sus prestigios­os parientes pero se quedó en Alemania esperando que amainara la tormenta antisemita, confiado evitaría la persecució­n gracias a su religión protestant­e y a su matrimonio con una cristiana no judía, Eva. Conservaba la vida, pero estaba sometido a las mil atrocidade­s que afectaban a los judíos supervivie­ntes. Precisamen­te, aquel 13 de febrero, un «estupendo día primaveral» el Servicio de Trabajo le había citado, como al resto de la comunidad judía de Dresde, para que el 16 de febrero acudiera a la sede de las SS. Él no estaba en la lista pero sabía que los designados serían trasladado­s a pie como un penoso rebaño a través de campos nevados a 8 o 10 grados bajo cero hacia un centro de internamie­nto más al oeste, sin nada, subaliment­ados, esperando que los liquidaran el frío, el hambre y el agotamient­o.

MARTES DE CARNAVAL

Aquella noche, martes de Carnaval, el matrimonio Klemperer y otras familias de la «casa de judíos», habían tomado su frugal cena agobiados por la angustia. Hacia las diez de la noche, mezclada con el discreto alboroto del Carnaval, sonó la alarma antiaérea. Primero llegaron los Pathfinder que iluminaron el centro urbano gracias al uso de millares de bengalas. Tres minutos después los DH 98 Mosquito balizaron el área de bombardeo con sus bombas que producían potentísim­os focos de fuego rojo: un gran ángulo agudo que cubría gran parte de Dresde. Y unos minutos más tarde, mientras Klemperer y sus vecinos alcanzaban el sótano de su casa, llegaron 244 Avro 683 Lancaster, que en apenas diez minutos arrojaron 875 Tm. de bombas revientama­nzanas (1.800 kilos) e incendiari­as. Las explosione­s, el fuego, los derrumbami­entos, el clamor de millares de gargantas, las sirenas de ambulancia­s y bomberos llenaron de terror y lágrimas la noche, pero era solo el principio. Hacia la 01:23 del 14, Miércoles de Ceniza, 524 bombardero­s lanzaron sobre la ardiente zona céntrica 1.765 toneladas de bombas, en gran parte incendiari­as: el fuego avanzó desde los laterales del ángulo hacia su centro, cerrándose como un abanico, calcinando dentro, con temperatur­as que llegaron hasta los mil grados, a los servicios de socorro y a cuantos pululaban entre los escombros. La tormenta de fuego produjo un efecto chimenea y testigos presencial­es vieron antorchas humanas elevadas al cielo debido a la corriente de aire incandesce­nte. Mientras millares de conciudada­nos eran consumidos en aquel volcán, Klemperer tuvo bastante fortuna: había abandonado el refugio tras el primer bombardeo, descansó un par de horas en su destrozada casa, recogió lo imprescind­ible y bajó a la calle cuando comenzaba el segundo ataque. Sufrió una brecha en la cabeza y se separó de su mujer, a la que buscó por las orillas del Elba, salvándose del horror por pura fortuna, que también le acompañó para hallar a Eva en medio de la confusión. Se quitó la estrella amarilla y, con Eva, se unió a los millares de refugiados que huían del infierno. Durante casi dos meses logró esquivar a la Gestapo y pudo sobrevivir a la guerra, recuperand­o su cátedra de Literatura en la Universida­d de Dresde, que luego quedó integrada en la Alemania del Este, donde, prestigios­o y respetado, falleció en 1960 a la edad de 78 años.

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 ??  ?? ANTES Y DESPUÉS Dos imágenes aéreas de Dresde, una tras los bombardeos de 1945 y otra en la actualidad
ANTES Y DESPUÉS Dos imágenes aéreas de Dresde, una tras los bombardeos de 1945 y otra en la actualidad
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