COLABORADORA DEL NAZISMO Y DE MAO ZDONG
Irene Montero ha decidido que todos sus altos cargos sean mujeres para simbolizar la igualdad de su prescindible ministerio. Ese organismo está concebido como un comisariado político; es decir, que velará por el cumplimiento de las leyes y normas que pretenden la paridad – no confundir con el principio de igualdad– y la adopción de la «perspectiva de género». Además, impulsará otras que desmonten lo que llaman «patriarcado». La ministra ha fijado en Simone de Beauvoir a uno de sus referentes intelectuales. Es un clásico de los socialistas cuando tienen que citar algún nombre de autoridad. En esa mención abusan del desconocimiento que existe en España sobre esa mujer que colaboró con los nazis en la ocupación de París, que se sentó con El Che, carcelero y exterminador de homosexuales, y que bendijo la Revolución cultural de Mao Zedong, esa que liquidó a 45 millones de personas. Quizá estas sean pequeñas cosas en comparación con el mito del personaje y la fuerza de su obra. Beauvoir nació en París el 9 de enero de 1908. Fue una burguesa de convicción marxista. Su familia se arruinó, pero ella encontró en Sartre el pasaporte a una vida que de otra manera no hubiera conseguido. Fue su marido quien le abrió las puertas a los círculos intelectuales, y al igual que él, Simone colaboró con los nacionalsocialistas. No fue algo excepcional: los comunistas de obediencia soviética acataron el pacto de Stalin con Hitler, y fueron colaboracionistas hasta 1941. Eso hicieron Sartre y Beauvoir en la Francia invadida por los nazis, al igual que muchos otros que ocuparon los puestos de los judíos deportados. Simone fue profesora de filosofía hasta que la echaron por un escándalo sexual: seducir a una alumna. Hoy, con el cambio del Código Penal que quiere Irene Montero ese abuso hubiera sido considerado violación. Aquello le ocurrió en la Francia ocupada por los nazis, en 1943, donde Beauvoir se movía con toda tranquilidad. Luego todos se blanquearon con el mito de la resistencia. Tras la guerra, Beauvoir colaboró en la revista de su marido, «Les temps modernes», viajó por Cuba, Rusia, China y Vietnam defendiendo el «paraíso» comunista. Eran la pareja progresista de moda. Sartre y ella mantuvieron una relación abierta: Jean-Paul con todo lo que podía, y Simone con el escritor Nelson Algren. Beauvoir murió en 1986. Fue enterrada en la misma tumba de Sartre pero con el anillo que Algren le regaló. La influencia del marido fue imprescindible para la gran obra de Beauvoir titulada «El segundo sexo» (1949), que es tenida como el inicio intelectual de la segunda ola feminista, la de los sesenta. Basada en el existencialismo de Sartre, Simone sostenía que «no se nace mujer, se llega a serlo». La subordinación de la mujer respecto del hombre, decía, es algo cultural, social, existencial, marcado por estructuras patriarcales propias del capitalismo. La familia, el matrimonio y la maternidad son ataduras, escribió, que determinan la existencia secundaria, esclava, de la mujer, impidiendo su ascenso social y político, como el hombre. Ese es el género que subordina al sexo femenino. Por tanto, había que romper el modelo cultural politizando todo; es decir, cambiar la sociedad a través de una legislación moral y anticapitalista que se metiera en la vida privada de la gente. Ya no habría distinción entre lo público y lo íntimo, y los espacios de libertad, de decisión individual, consciente y abierta, debían ser de corrección política. Beauvoir, así, colectivizaba a las mujeres, víctimas naturales del patriarcado, y culpaba al capitalismo. De esta manera, distinguía el sexo como hecho biológico, del género como construcción cultural. ¿Solución? Tomar el Gobierno y legislar, prohibir, controlar y penar al infractor, reeducar a las nuevas generaciones, como señaló el austromarxista Max Adler, para conformar al Hombre (y mujer) Nuevo de la Sociedad Nueva. Es el feminismo socialista y estatista, controlador e impositivo, donde el orwelliano Gran Hermano tenía que convertirse en la Gran Hermana. De la obra de Beauvoir salieron las ideas de que la maternidad es explotación femenina o que la mujer debe «empoderarse», como señalaba Kate Millet, en una lucha de sexos que sustituya a la lucha de clases.
DE LA OBRA DE LA ESCRITORA SALIERON IDEAS COMO QUE LA MATERNIDAD ES EXPLOTACIÓN FEMENINA O QUE LA MUJER DEBÍA EMPODERARSE