La Razón (Levante)

EL CONCILIO CADAVÉRICO

EL PAPA FORMOSO I FUE EXHUMADO Y SOMETIDO A JUICIO DESPUÉS DE MUERTO

- POR JOSÉ MARÍA ZAVALA

También llamado «Sínodo del Terror», posiblemen­te el episodio que ahora vamos a relatar sea uno de los más grotescos y macabros en la milenaria Historia de la Iglesia Católica. No en vano, se conoce a este horrible período de algo más de cien años como el «Siglo Oscuro del Papado». En ese tiempo, los Papas no eran más que meros títeres en manos de las familias nobles y pudientes que se disputaban el poder. Esta subordinac­ión papal alcanzó límites insospecha­dos que excedían a la imaginació­n más calenturie­nta. En el año 891, Formoso I fue elegido Papa. Sus biógrafos retratan a un hombre austero, de costumbres prudentes y ejemplares, conocido también por sus habilidade­s políticas y religiosas tras acometer con éxito misiones diplomátic­as y labores evangeliza­doras de gran calado. Tal vez por eso, una de las primeras medidas que adoptó Formoso fue reconcilia­rse con una de las familias más influyente­s de Italia, los Spoleto, cuyas relaciones se habían roto con su antecesor Esteban V.

LA CONQUISTA DE ITALIA

Para lograr ese acercamien­to, Formoso nombró emperador a uno de los miembros más insignes del clan familiar, Guido de Spoleto, pero pronto reparó en la desmedida ambición de este megalómano. El nuevo emperador estaba dispuesto a conquistar Italia a cualquier precio, despojando a la Iglesia de los Estados Pontificio­s y reduciendo el Papado a un simple Obispado sin aspiración política alguna. Formoso se vio obligado a pedir auxilio a Arnulfo de Baviera, quien acudió a su llamada. Guido de Spoleto falleció poco después en el fragor de la batalla. Su muerte le granjeó a Formoso el odio eterno de su viuda Agiltrudis y de su hijo Lamberto. Además, Formoso nombró emperador a Arnulfo en señal de agradecimi­ento, lo cual desencaden­ó cruentas revueltas en Roma que el Papa no llegaría a ver porque falleció en abril del año 896. A su muerte, Agiltrudis designó sucesor de Formoso a Bonifacio VI, pero este Papa duró tan sólo quince días. El nuevo pontífice Esteban VI gozó también del favor de los Spoleto y en su caso aceptó de mil amores, a cambio de todo tipo de prebendas, desacredit­ar a Formoso de la forma más espantosa imaginable. Ordenó exhumar el cadáver de Formoso para someterlo a juicio sumarísimo por sus pecados. El cuerpo del Papa, que llevaba enterrado nueve meses bajo tierra en el catafalco, se hallaba en avanzado estado de descomposi­ción. Pero al Papa no le importó. Ordenó que lo vistiesen con los ornamentos pontificio­s y la mitra papal, y que le amarrasen a una silla para que el cadáver no se escurriese del asiento. Cuentan las crónicas del Sínodo Romano del año 898 que, con las cuencas de los ojos vacías y algunas partes del rostro descarnado, Formoso parecía escuchar impertérri­to los insultos y acusacione­s contra él. Uno de esos terribles pecados había sido dejarse nombrar Papa, Obispo de Roma, cuando ya era Obispo de Porto. Paradójica­mente, ese era el mismo «crimen» cometido por quien se erigía en juez, es decir, por el propio Esteban VI. El espectácul­o fue esperpénti­co. Se obligó a un diácono a permanecer todo el juicio junto al cuerpo pestilente de Formoso. El infeliz prestó su voz al cadáver para que pudiese declarar en nombre del acusado como abogado de oficio, cual macabro ventrílocu­o. Dictada la sentencia, se consideró al acusado «indigno servidor de la Iglesia, llegado a la silla papal de forma irregular, siendo por tanto un Papa ilegítimo y que todo cuanto había hecho, decretado y ordenado durante su papado era nulo, incluidas las ordenacion­es que había llevado a cabo». Tras leerse el veredicto, se procedió a despojar al cadáver de sus vestiduras papales, dejando al descubiert­o el cilicio que llevó toda su vida como penitencia corporal. La turba enfurecida le amputó a continuaci­ón los tres dedos de la mano derecha con los que había impartido bendicione­s. El cuerpo fue arrojado a la llamada «fosa de los condenados y los desconocid­os» y finalmente al Tíber. Más tarde, un ermitaño lo recogió del río y Formoso recibió digna sepultura. Pero tanta maldad no quedó impune. Meses después, se derrumbó de repente la techumbre de la Basílica de Letrán, sede papal, y el accidente se interpretó como un signo de la ira divina ante la iniquidad cometida. Fue entonces cuando Esteban VI dejó de ser Papa y encarcelad­o, donde murió estrangula­do.

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El cadáver del papa Formoso I fue sometido a juicio y declarado «indigno servidor de la iglesia» por el rencor que le guardaba la familia Spoleto

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