Se cumplen cien años del nacimiento de Federico Fellini, creador de un sello propio y domador de extravagancias
AnteAnte el olvido, es difícil saber qué queda del «mito Fellini» cien años después de su nacimiento: Rímini, 20 de enero de 1920. En la historia del cine figura como uno de los grandes creadores del cine de autor, quizá el más radical y desconcertante, con permiso del estrafalario Godard. Ambos, por esas cosas de la fortuna –y la crítica–, trocaron sus nombres en los adjetivos gentilicios «godardiano» y «felliniano», que denominan su mundo personal. El primero por su intelectualizada desfachatez y el segundo por su galería de insólitos y bizarros personajes friquis.
No han sido los únicos en merecer la justa adjetivación por su imaginario singular. También Kafka y su absurdo mundo «kafkiano», y, en España, el «berlanguiano» Berlanga, indicativo del delirio coral con un trasfondo disparatado de sainete y esperpento fallero. Uno de los primeros que mereció en vida ser considerado como un creador personal con un universo poético propio, gracias a la «política de los autores» de la revista «Cahiers du Cinéma», fue Federico
Fellini. Los componentes de la «Nouvelle Vague» contraponía su teoría del cineasta como autor al cine industrial en cadena de los estudios de Hollywood.
Desde entonces el director es la estrella. Su poética se transfiere a su cine mediante una visión estética y moral que lo impregna todo. Roberto Rossellini ascendió a los altares del Arte como el gran maestro del neorrealismo, pero nadie llevó a los extremos de delirio personal la teoría del autor como Federico Fellini. Con él comienza la hipertrofia del «cine de autor» como autorrealización del director,