La Razón (Levante)

«No me obligues a telefonear a tu mujer. ¡Llámame! Estoy muy mal»

- Andrea CAMILLERI

«Km. 123» (Destino) es el último thriller de Andrea Camilleri, una de las grandes voces de la novela negra. Adelantamo­s el arranque de una historia llena de intriga. ¿Por qué tiene tanta prisa Ester Gigante en hablar con Giulio Davoli? ¿Estamos ante un accidente o hay algo más?

«Mensajes«Mensajes recibidos. Ester: No entiendo xqué tu móvil está apagado desde ayer por la tarde. Es absolutame­nte necesario que hablemos. Llámame. Ester: Te lo ruego, te lo ruego, te lo ruego. ¿Dónde te has metido? ¿Xqué no me llamas? Ester: No consigo entender tu silencio, estoy muy preocupada.

Pienso en lo peor.

Ester: ¿Qué sucede? ¿Xqué me haces sufrir así?

Es muy importante que hablemos.

Ester: No me obligues a telefonear a tu mujer para tener noticias. ¡Llámame!

Estoy muy mal.

–Señora, me llamo Giacomo. Soy el enfermero encargado de esta habitación. Quería decirle algo. –Dígame. –Dado que la hospitaliz­ación de su marido no será breve, le aconsejo que se lleve a casa sus efectos personales.

–El traje, consideran­do su estado, lo pueden tirar. Y también los zapatos.

–Está bien. Pero no me refería sólo a eso.

–¿Qué quiere decir? –Señora, en el bolsillo tenía la cartera, el móvil, las llaves... –Ah, sí.

–Si ahora tiene la bondad de seguirme, se los daré. –Disculpe, ¿no puede traérmelos aquí?

–Tiene que firmar el recibo. También hay que hacer el control. –¿Qué control? –Señora, es el procedimie­nto habitual. Su marido llevaba la cartera en el bolsillo, ¿no? Dentro había una suma considerab­le, tres mil euros, si no recuerdo mal, y dos tarjetas de crédito, una de débito, una chequera, el carnet de conducir... En el momento de la aceptación se toma nota de todo, para que luego no surjan impugnacio­nes a la entrega... ¿Me explico?

–Sí. Lo entiendo.

¿Diga?

–¿Casa de los Davoli?

–Sí. ¿Quién habla?

–¿Es la señora Giuditta Davoli? –Sí. Pero ¿con quién hablo? –Soy Ester Russo. Nos conocemos, ¿lo recuerda?

–Yo no...

–El mes pasado, en casa de Anna de Robertis, por aquella reunión de beneficenc­ia...

–Ah, sí, lo recuerdo. ¿Cómo está?

–Bien. ¿Y usted? –Bastante bien. Dígame.

–En realidad, yo quería hablar con su marido. –¿Con Giulio?

–Sí.

–Deme a mí el mensaje, se lo haré llegar.

–Señora, soy abogada, quizá no se lo dije cuando nos conocimos. Estoy... ¿cómo decirlo?, debo atenerme al secreto profesiona­l. –¿Su marido no está en casa? –No.

–¿Sólo tiene un móvil?

–Sí.

–No tiene otro.

–Que yo sepa no. –Porque lo he llamado y no responde.

–No puede responder. –¿Por qué?

–¿No lo sabe?

–¿Qué?

–¡Salió incluso en «Il Messaggero»!

–Pero ¿el qué?

–Giulio tuvo un horrible accidente de tráfico.

–¡Dios mío! ¿Y ahora cómo está? –No es grave. Ha sufrido un traumatism­o craneal, tiene la mandíbula fracturada y tres costillas rotas. No está en condicione­s de hablar.

–Dios mío, Dios mío, Dios mío... –No sabía que era tan amiga de Giulio.

–No..., es que... tenemos excelentes relaciones... profesiona­les..., pero una noticia tan repentina..., comprender­á...

–Lo comprendo. –Señora, ¿podría decirme dónde lo han ingresado?

–¿Para qué?

–Tengo que verlo..., tenemos un trabajo pendiente muy importante...

–Por ahora los médicos le han prohibido las visitas. Temen que surjan complicaci­ones a causa de la herida en la cabeza... Por eso le he dicho que me lo dijera a mí, yo puedo entrar a verle cuando quiera. Si es algo importante... –Importantí­simo. –Entonces...

–De acuerdo, señora, hagamos lo siguiente. Dígale que en cuanto pueda se ponga en contacto conmigo, por cualquier medio. –Perdone, ¿cómo ha dicho que se llama usted?

–Ester Russo.

–Se lo diré.

–Gracias, señora. Es usted muy amable.

–¿Está segura de que yo no puedo ayudarla?

–Lo estoy.

(...)

–¿Diga?

–¿El señor Anselmo Corradini? –Soy yo.

–¿Usted es el que rescató...? –¡Y dale! ¡Es la cuarta llamada! ¿Cómo podéis tener tanto tiempo libre para tocarme los cojones? –Perdone, sólo quisiera saber si es usted o no.

–No soy yo. ¡Ni siquiera tengo coche!

–¿Diga?

–¿El señor Anselmo Corradini? –Sí.

–Perdone, ¿es usted quien la otra noche rescató a un automovili­sta que...?

–Sí, soy yo. ¿Usted es periodista? –Sí, del Giornale Radio. –¿Me quiere hacer una entrevista?

–Sí, si fuera tan amable... –No hay problema. ¿Cuándo quiere venir?

–En realidad, no es necesario que nos veamos. Se la puedo hacer por teléfono. Incluso ahora si le va bien.

–De acuerdo. Pero primero quisiera tomar un vaso de agua. Estoy un poco emocionado. –Adelante.

–Aquí estoy. –Perdone, señor Corradini, me preguntan del Departamen­to de Dirección si puede decirnos el nombre del hospital donde llevó al señor Davoli. Así mandarían a un equipo para hacerle una entrevista también a él. Sería bueno para el artículo.

–Lo he llevado al American Hospital.

–Gracias. Cuénteme. –Pues yo venía de Grosseto, con mi mujer y mi hijo, Nicola, que tiene seis años y está en primaria. Habíamos ido a ver a la hermana de mi mujer, que no se encontraba bien. Y llovía. Nadie ha escrito que llovía a mares, y que había escasa visibilida­d... ¿Me sigue, señorita? ¿Sí? ¿Hola? Maldita sea, se debe de haber cortado.»

(...)

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EFE Andrea Camilleri falleció el 17 de julio de 2019 a la edad de 93 años
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Andrea Camilleri, DESTINO. 223 págs., 17,50 eur.
«KM. 123» Andrea Camilleri, DESTINO. 223 págs., 17,50 eur.

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