La Razón (Levante)

El reparto de África

El tratado anglo-alemán sobre África oriental (1886) creó nuevas posibilida­des de expansión británica en dicho territorio, sin peligro de hostilidad­es por parte de Alemania

- Mario Hernández Sánchez -Barba

LaLa fiebre del reparto de África, iniciada por Francia que creó el primer protectora­do en Túnez (1881), con la ocupación de África Occidental, seguida de la ocupación inglesa de Egipto (1882), adquirió inmediato interés con la apertura del Canal de Suez y la comprobaci­ón del curso del río Nilo marcando la dirección Norte-Sur y las beneficios­as rentas originadas por los productivo­s desbordami­entos del Nilo. Estos dos primeros, en el caso de Inglaterra, coinciden además con la inserción de África Oriental y la creación de una idea que tuvo rápida acogida en las nuevas directrice­s imperiales en el gran «continente negro» de los «primeros ministros reformista­s», Disraeli y Gladstone, la participac­ión en las distintas y productiva­s colonizaci­ones de personajes particular­es, agentes al servicio de empresas como fue el gran Cecil Rhodes, fundador de Rhodesia, que entusiasmó con las anexiones de territorio, exclamando abiertamen­te que «si pudiera, anexionarí­a los planetas». Esta situación condujo a la temprana necesidad de convocar un congreso en Berlín (1878), clausurado el 13 de julio de 1878, y fue un éxito más de la diplomacia inglesa, que desarrolló con la ocupación del Estado de Egipto, el estrecho de circulació­n del Mar Rojo, la marcación del eje del río Nilo y el interés en el sur continenta­l con la creación de África del Sur, de un imperio oriental africano sin solución de continuida­d Norte-Sur, desde el gran Estado histórico de Egipto hasta el sur, con la competenci­a de Alemania, en cuya realidad, en la empresa de los «boers» se gesta el antagonism­o anglo-germano que conducirá fatalmente a las dos guerras mundiales del siglo XX.

El catedrátic­o Henry L. Wesswling de Historia General en la Universida­d holandesa de Leiden y director del Instituto para el Estudio de la Expansión Europea, es autor de un libro titulado «Divide y vencerás», con todas las virtudes que presenta un libro ordenador de un panorama internacio­nal de enorme interés, precisamen­te en una realidad enormement­e compleja. «Divide y vencerás» lleva como subtítulo «El reparto de África (1880-1914)». El sueño del Cabo-El Cairo lleva anejo el Tratado Zanzíbar-Heligoland. La realidad histórica pone en presencia de personajes como Emin Pasha (1840-1892), que se llamaba realmente Isaak Eduard Schnitzer. Nació en Silesia, de padres judíos convertido­s al luteranism­o. Estudió medicina en Berlín, Könisgberg y Wroclaw (Polonia). En 1864 marchó a Albania, dominada entonces por los turcos; se convirtió al islamismo, adoptando nombre turco de Dr. Hairoullah-Effendi; trabajó como médico militar y en adelante portó un fez. Era un hombre muy talentoso, pianista y gran jugador de ajedrez; dominaba más de veinte idiomas y era un competente botánico y ornitólogo, además de un cualificad­o gobernador que transformó Ecuatoria (Alto Nilo) en un éxito económico. Este idilio terminó con la caída de Jartum en 1885, el hundimient­o anglo-egipcio sobre Sudán. Lord Salisbury estimaba que los riesgos militares y diplomátic­os eran demasiado altos; por otra parte, no era asunto suyo, sino de los alemanes. Pero como el gobierno alemán no se sentía llamado a actuar, pasó a ser de iniciativa privada. Por parte inglesa, tal iniciativa la tomó William Mackinnon, que con otro hombre de negocios, el comerciant­e James F. Hutton, fundó el Comité de Rescate de Emin Pasha. El tratado anglo-alemán sobre África oriental (1886) creó nuevas posibilida­des de expansión británica en dicho territorio, sin peligro de hostilidad­es por parte de Alemania; en definitiva, una expedición de rescate podía conseguir dos objetivos con un solo tiro: servir una buena causa popular y abrir una vía de comercio desde África oriental hasta el lago Victoria y el Alto Nilo. El gobierno egipcio aportó catorce mil libras para reconquist­ar su provincia perdida. Stanley continuaba al servicio del monarca belga; si querían sus servicios debía dar su autorizaci­ón. Leopoldo II estaba interesado en el Nilo, quería una ruta sí, pero desde el Estado Libre del Congo. Stanley estaba dando conferenci­as en América. Meleinnon le envió el siguiente telegrama: «Su plan y oferta aceptados. Autoridade­s de acuerdo. Fondos recabados. Asunto urgente. Venga de inmediato». Reunió en Zanzíbar la gente para la expedición y llegó con ellos al Congo en marzo de 1887. Comenzó la aventura, que se convirtió en un drama. Partió con cuatrocien­tos hombres; al llegar a Ecuatoria sólo quedaban la mitad: enfermedad­es y hambre fueron las principale­s causas.

Reunió en Zanzíbar la gente para la expedición y llegó con ellos al Congo en marzo de 1887. Comenzó la aventura, que se convirtió en un drama. Partió con cuatrocien­tos hombres; al llegar a Ecuatoria sólo quedaban la mitad: enfermedad­es y hambre fueron las principale­s causas»

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Catedrátic­o de Historia de América. Universida­d Francisco de Vitoria

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