La Razón (Levante)

El drama callado del suicidio de los Guardias Civiles

Cada 26 días un agente se quita la vida. Las palabras de Sánchez lamentando la muerte de un etarra han indignado a este colectivo que ha sufrido tanto el terrorismo como la lacra del suicidio

- POR LAURA L. ÁLVAREZ

Se lo dijo un día tomando café, hará ya más de 15 años. «Oye, me pasa esto, ¿qué hago?». «Pues si es cierto, buscar un abogado; sino, no te preocupes». Fran (nombre ficticio) recuerda como si fuera ayer los nervios de su compañero y amigo Pedro aquella mañana cuando le contó que corría sobre él el peor rumor posible: que era consumidor de pornografí­a pornografí­a infantil. El comentario se extendió como la pólvora en Guzmán el Bueno, en la sede de la Dirección General de la Guardia Civil, donde ambos prestaban servicio. Sus compañeros más cercanos trataban de restarle importanci­a e intentaban, sin éxito, que Pedro pensara en otra cosa. Pero él seguía rumiando: «Y si se entera mi mujer ¿qué hago? ¿Y los superiores?» No hubo manera de frenar ese bucle. «Al mes y medio ya no hablaba ya de otra cosa y decidimos hacer algo», recuerda hoy Fran. No eran tiempos de grupos de WhatsApp, de redes sociales ni tampoco había nada que compartir: una foto, algún link... Todo era pura leyenda pero al chaval le estaban amargando la vida. «Fuimos a hablar con el capitán, le contamos lo que pasaba y nos dijo: “Ya se le pasará”. Y pensamos, “Ah, pues nada”». La situación no mejoraba y el deterioro en Pedro iba siendo palpable. Hablaba menos, estaba cabizbajo: quería que se lo tragara la tierra. Sus compañeros nunca supieron de dónde surgió aquel rumor dan dañino. «Ni estuvo investigad­o ni relacionad­o con nada similar. No sé a cuento de qué salió eso, pero le destrozaro­n la vida», explica el agente que, desde luego, puso de su parte por ayudar al compañero. «Como el capitán no le dio importanci­a decidimos ir al coronel. Pero fue más de lo mismo. Le contamos que estaba realmente mal, que temíamos que un día se pegara un tiro». A aquel mando le debió parecer la exageració­n de unos

«En la Guardia Civil darte de baja por depresión te cierra puertas si pretendes ascender. Todavía hay mucho estigma con los problemas psicológic­os»

guardias preocupado­s por su compañero. Problemas psicológic­os, los efectos de la humillació­n pública, la depresión, siempre tan infravalor­adas. Pero, desgraciad­amente, el día llegó. «Estaba trabajando y cuando le tocó la hora de descanso se fue al cuerpo de guardia (la zona de descanso). En un momento dado, Pedro se levantó para ir al baño y al rato se oyó ¡pum! Se había pegado un tiro en la cara con el arma reglamenta­ria. Esta allí en el suelo, con la pistola en la mano, lleno de sangre. Creíamos que estaba muerto». La impotencia que describe Fran en esos momentos momentos es tan enorme que asegura que Dios quiso que no se cruzara en ese momento con ningún superior. «Me daban ganas de gritarles: ¡Si es que os habíamos avisado, lo estábamos viendo!». Los sanitarios lograron reanimar reanimar a Pedro y la ambulancia se lo llevó al hospital en estado muy grave. Le salvó la vida el hecho de no encañonars­e la sien, sino la boca, de tal forma que la bala le salió por la mejilla. «Estuvo en la UCI mucho tiempo y luego dos años y medio de operacione­s. Tuvieron que reconstrui­rle la mandíbula. Se desfiguró la cara por completo y tuvo que dejar el Cuerpo», explica el agente que, con el tiempo, perdió el contacto con él. «Yo creo que quiso olvidar todo lo que le recordara a la Guardia Civil. Hizo una vida nueva. Le vi al cabo de los años y sigue casado con su mujer. Entonces me lo dijo: “Me intentabai­s ayuda pero yo no lo vi venir” Y es que ese es el problema: el que está mal no sabe hasta dónde puede llegar y el que podía hacer algo no lo hizo», reconoce Fran, que critica que tantos años después las cosas sigan igual. «Ahora mismo hay un protocolo para detectar conductas anómalas y si el jefe de la Unidad ve algo extraño te retiran el arma pero en la práctica se ha convertido en una forma de quitarse de encima a la gente que protesta o que molesta». El Servicio de Psicología de a Guardia Civil, explican, realiza ante un caso como este lo que se conoce como una «autopsia psicológic­a» pero «lo que tendrían que hacer es prevenirlo con un protocolo antisuicid­io efectivo», se queja Fran, que se manifestó el miércoles frente al Congreso en la concentrac­ión convocada por Jusapol, que reunió a 400 policías y guardias civiles indignados con las palabras de Pedro Sánchez lamentando el suicidio del etarra Igor González en la prisión de Martutene. Y es que este colectivo, según el sindicato policial, tiene una media de un compañero suicidado cada 26 días, lo que supone doblar la media nacional. Da la casualidad de que el día después de que el presidente del Gobierno pronunciar­a estas palabras, un agente de la Uprose de Guardia Civil se quitaba la vida. Otro compañero más. Fue justo la víspera del 10 de septiembre, Día Mundial para la Prevención del Suicidio. «Está claro que para hacer algo así influyen muchos factores pero es cierto que el ámbito laboral no ayuda», opina Fran, que reconoce cierto estigma cuando un compañero coge una baja por depresión. «En la Guardia Civil una baja psicológic­a te cierra puertas para promociona­r. La sensación de abandono que tenemos tenemos es tremenda. Parece que si te suicidas no importa: pondrán a otro y esto sigue funcionand­o, da igual». Un sentimient­o que comparten en el cuerpo hermano. La Policía Nacional comparte los mismos problemas: dificultad para conciliar, factor geográfico, intervenci­ones que marcan... y arma reglamenta­ria a mano. «Hay veces que te vas a casa muy tocado y si al llegar estás solo o no hay buen ambiente familiar, a veces es complicado», explica una agente que también sufrió el suicidio de un compañero. Fue en 2015. «Siempre preguntaba cómo estábamos, muy pendiente de todos, pero y una temporada empecé a notarle de bajón». Dice su compañera que trató de salir del pozo por sí solo: se compró dos perros para obligarse a salir a la calle, pintaba... Pero un día dio la voz de alarma, dijo a alguien que no podía más y nos presentamo­s en su casa. «Ese día sirvió para que llamaran a sus padres y le vinieran a buscar». El policía regresó a su ciudad natal y estuvo en tratamient­o psicológic­o «hasta que le dieron el alta forzosa». Entonces tuvo que volver a Madrid, donde estaba destinado, pero apenas duró un mes. «Un día me enteré que se había pegado un tiro y no me lo creía. Pero los compañeros que trabajaron con él dicen que se veía que no estaba bien, no entiendo cómo le dieron el alta y le devolviero­n el arma». La policía se queja, al igual que el guardia civil de que «quienes tendrían que haberle ayudado no lo hicieron. Mira la ayuda que le dieron: devolverle el arma. No había que ser muy profesiona­l para ver que no estaba para trabajar en ese momento». Para la funcionari­a, «la Policía está para dar un buen servicio, para ayudar a la gente. Pero ¿y nosotros? También somos personas y hay momentos en los que necesitamo­s ser cuidados».

«Estamos para dar un buen servicio y ayudar a la gente pero hay veces que también nosotros necesitamo­s ser cuidados. Somos personas»

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JESÚS G. FERIA Fran reconoce que en su gremio todo el mundo conoce a algún compañero que se ha suicidado

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