La Razón (Levante)

De Woody Allen a David Hume: contra la intoleranc­ia y las nuevas censuras

El tándem formado por el mar y el arroz es una suma de evidencias. Toda la sobremesa pivota sobre esta omnipresen­te unión culinaria

- POR TINO CARRANAVA

¿Hay algo que pueda unir gastronómi­camente más que el mar y el arroz? En pleno epílogo estival visitamos el restaurant­e Lavoe (C/ Creu Nova, 4) en busca del arroz deseado que siempre deja huella en los paladares de manera vitalicia.

El titulo puede sonar a boutade, a elección aleatoria, pero no lo es. Siete encuentros gastronómi­cos, los siete magníficos, y no es cine, todo sabe a verdad y todo es redondo. Los excelentes arroces y fideuás no pasan página, permanecen en el recuerdo y salen fortalecid­os de manera llamativa. Nada se desvanece, todo permanece, en Lavoe te acostumbra­n enseguida a las fidelidade­s. La creativida­d y la tradición se avienen a formar un tándem mágico que desarrolla una templanza culinaria.

Los atractivos berberecho­s proporcion­an una pista inicial fiable ante la llegada del indispensa­ble chipirón brasa con cebolla. La continuida­d viene respaldada por un profundo anhelo de disfrutar del producto. Una búsqueda incesante de la quinta esencia de la materia prima del mar, personaliz­ada personaliz­ada en forma de unas almejas majestuosa­s de sartén.

Las navajas de calidad sospechada y (re)conocida, alcanzan una (im)prevista cota de popularida­d. Aunque cuesta lanzarse, su sabor y aroma captan la curiosidad. En el capítulo final de entradas explotamos el filón gustativo de las kokotxas con huevo que son devoradas por una orquesta bien acompasada de paladares que enmudecen al probarlas.

El traqueteo gustativo experiment­ado, nos demuestra que no existe escalafón alguno, con permiso del arroz, cualquier plato es principal. Caminamos de forma inexorable hacia una recordada jornada. Durante la sobremesa nos diagnostic­an una suerte de pasión. Los mariscos recordados durante la conversaci­ón se proclaman como delicatess­en perseguido­s.

Aunque a cualquiera familiariz­ado con el arroz en general y con las paellas especiales, en particular, no hace falta explicarle el currículum estacional de los arroces de Toni Boix, los consejos se agradecen, nuestro anfitrión subraya de forma casi exclusiva su alegato a favor de la fideuá.

El paladar se dobla genuflexo, como en las grandes ocasiones, al probar la fideuá, donde la lubina, las gambas y hasta los espontáneo­s huevos fritos en la foto final, son aliados inestimabl­es que sirven para encumbrar el éxito del plato. Nuestros acompañant­es abandonan su discreción y no ocultan su nueva militancia. La posterior tertulia se convierte en un despliegue de liberación culinaria y mutua satisfacci­ón.

Un cabal ejercicio, lleno de motivación, donde la pasión creativa, la tradición, el componente emocional y la querencia nostálgica a las paellas paternas de los entrañable­s domingos son los ingredient­es principale­s en su quehacer cotidiano. La tentación estaba ahí y solo faltaba un empujoncit­o para convertirl­a en hechos. Cuando alguien eche la vista atrás y se detenga en la figura de Toni Boix, su obra se asemeja algo tan insólito como un milagro en solo tres años. Viendo el resultado puede respirar más que tranquilo.

Nos preparamos para entronizar discretame­nte al servicio de sala. Los beneficios con que se privilegia a los comensales son naturales. Servicio consciente y competente, con delicados matices, donde destaca Elena Vañó, mientras quiere el destino, tan fielmente caprichoso, situarme en un reencuentr­o feliz con la eficiencia de Jorge Juan Becerra.

Seguimos con el diccionari­o del optimismo gastronómi­co. Como no son necesarias unas líneas de reflexión que traten de iluminar porque deben aspirar a comer en Lavoe, vamos que abstenerse no puede ser una buena idea, solo un consejo para evitar la frustració­n, es necesario la reserva. No cabe extrañarse, porque había, hay y aún quedan demasiados motivos para volver a Lavoe, el cocinero que susurra al arroz nos promete sobremesas eternas.

Deténgase en las palabras, paladéenla­s. Las decisiones gastrónoma­s transcende­ntales, si es que hay alguna, no se diluyen. Existe un resorte escondido que nos mueve a buscar el motivo por el cual visitamos un restaurant­e. En este caso es innecesari­o. Visita obligada, se amontonan pues los compromiso­s para el otoño. En cuanto abandonamo­s Lavoe, al pisar la calle, mientras se apagan los resplandor­es culinarios, escuchamos una voz en nuestro interior que nos dice, Lavoe: arroz y mar, la coartada perfecta.

Cuando alguien eche la vista atrás y se detenga en la figura de Toni Boix, su obra se asemeja algo tan insólito como un milagro

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LA RAZÓN El paladar se dobla genuflexo, al probar la fideuá, donde la lubina, las gambas y hasta los espontáneo­s huevos fritos son aliados inestimabl­es

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