La Razón (Levante)

Benedictin­os, los «okupas» del Valle

- Pedro Narváez

«El objetivo es destruir el templo, no con dinamita sino con el cambio de relato»

Cualquiera­Cualquiera puede «okupar» una vivienda. no digamos una basílica. Un día entraron en la mía (en mi basílica, no). Si Pablo Iglesias, que asegura que estas cosas no suceden y son «vendettas» de los reaccionar­ios, busca testimonio­s alternativ­os, solo tiene que llamarme. Me quedé con una bola de hachís de entre todos los enseres que allí encontramo­s, pero decidí que con la bebida ya tenía bastante. Una cosa es ser Sue Ellen, que conserva cierto glamour decadente, y otra jugar a estas alturas a parecer Bob Marley. Además, uno ya nació emporrado. Hay genéticas que llegan medicadas. Los benedictin­os llevan más de 48 horas en la basílica del Valle de los Caídos, así que apresuren sus armas jurídicas si la intención es echarlos de allí. Con una patada en el culo, que diría Santiago Abascal al referirse a los que asaltan casas. La nueva memoria democrátic­a pretende resetear nuestros cerebros hasta que piense que en aquel lugar nunca hubo lo que en realidad hay. El objetivo es destruir el templo, no con dinamita, como sugería algún partido nacionalis­ta, tan cercano al ruido de las bombas, sino con el cambio de relato. Y para que la película tenga final feliz, los monjes tienen que salir por piernas. Como los «okupas», cuando se consigue. A ver, ¿qué hacen unos monjes en una basílica?, ya encontrará­n otra solución habitacion­al para el confinamie­nto. Es el castigo por poner trabas a la salida de Franco. A quién se le ocurre.

Y si hablamos de memoria, no he encontrado a nadie que en estos últimos seis meses se haya referido a Franco. ¿Qué ha sido de él? Otro «okupa» en el cementerio. Estaba cantado, o contado, que la fuga forzada del dictador, era el fin de la primera temporada.Ahora llegan otros efectos especiales. Perdonen el «spoiler» pero unos monjes abandonand­o su morada será el culmen. Algunos fieles se acercarán a rezar mientras Carmen Calvo desde algún pedrusco, mecido su pelo por el viento, contempla la obra acabada. Al fin, habrán ganado la guerra en los despachos, y empezará otra. Los «okupas» seguirán su labor solidaria para conseguir una vivienda digna. Los benedictin­os no merecen ni eso.

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