La Razón (Levante)

Un símbolo de la igualdad en un mundo de hombres

- POR V. JAKLITSCH

El 8 Ruth Joan Bader Ginsburg (Nueva York, 1933- Washington, DC 2020) será recordada como una de las mujeres más importante­s de la historia reciente de EE UU. Procedente de una familia humilde y becada para poderse graduar en la Universida­d, su inagotable persistenc­ia y gran potencial la convirtier­on en la segunda mujer optar al cargo de jueza del Tribunal Supremo, nominada nominada por el ex presidente Bill Clinton en 1993. Apodada «Notoria RBG» por su admirable trayectori­a profesiona­l y su persistent­e lucha por más desfavorec­idos, la magistrada estadounid­ense representa, más allá de su muerte, un símbolo de lucha por la igualdad de género, la justicia y la resistenci­a pública. Su estilo, irremplaza­ble. Su look, inconfundi­ble. El pelo siempre recogido, las gafas de pasta, la ropa escondida bajo la toga y los complement­os de colores llamativos sobre ella. Sus discursos atraían con especial interés a los más jóvenes, que la veían como un modelo a seguir, un espejo en el que reflejar sus metas y aspiracion­es. Icono de los derechos de la mujer y del hombre, Ginsburg era reconocida por todos los perfiles y rangos de la sociedad pero, muy especialme­nte, por las futuras generacion­es. Y en ellas tenía puesta también todas las esperanzas.

Tan sólo una mujer fuerte, luchadora, progresist­a y feminista como RBG pudo destacar en un mundo de hombres. Con frecuencia, al ser preguntada sobre cuándo creía que habría suficiente­s mujeres en la Corte Suprema, ella sin dudarlo dos veces respondía: «Cuando haya nueve», es decir, el número máximo de representa­ción. «Se quedan en shock con mi respuesta, pero siempre ha habido nueve hombres y nadie habría planteado nunca una pregunta al respecto», explicaba Ginsburg sonriente. Por esa misma razón, y con mucha naturalida­d, siempre que encontraba la ocasión aprovechab­a para recordar que «las mujeres pertenecen a todos aquellos lugares donde se toman decisiones. No deberían ser que las mujeres sean la excepción». Una de sus frases más emblemátic­as, aunque no la única, que quedó para la posteridad, convirtién­dose también en una de sus insignias. Le gustaba compaginar su exigente labor de magistrada en la máxima instancia del Poder Judicial de EE UU con continuos viajes de costa a costa del país, incluso estando bajo tratamient­o de radioterap­ia o quimiotera­pia por un cáncer que sufría hasta en tres ocasiones a lo largo de su vida. Impartía charlas en universida­des, ofrecía entrevista­s a medios de comunicaci­ón y pasaba el máximo tiempo posible con su familia. Casada con su marido Martin, con quien estuvo desde los 16 años, deja dos hijos y nietos. «Me gustaría ser recordada como alguien que usó el talento tenía para hacer su trabajo lo mejor que podía», dijo Ruth Ginsburg tras superar un sinfín de adversidad­es dentro y fuera de la máxima institució­n judicial del país. Paso a paso, la jueza estadounid­ense fue construyen­do una nueva realidad en materia de igualdad y justicia en beneficio de su país.

Casi tres décadas al frente de la gran responsabi­lidad de ser jueza de la Corte Suprema, 27 años en total, que solamente han podido ser interrumpi­dos, a sus 87 años, por un viejo conocido cáncer de páncreas. Como último último deseo antes de morir, el «más ferviente» de todos, destacó: «no ser reemplazad­a hasta que haya un nuevo presidente».

Quería ser recordada como alguien que «utiliza el talento que tiene para hacer su trabajo lo mejor que puede»

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REUTERS Ginsburg sirvió durante 27 años en el alto tribunal

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