La Razón (Levante)

Inquietude­s y perturbaci­ones musicales

- Gonzalo Alonso

«Quizá haya que pensar en los polideport­ivos. En ellos, con micrófonos, es posible la separación en escenarios y plateas»

El viernes volvió a abrir sus puertas al público la primera institució­n musical del país. Lo hizo con un aforo al 60%, algo menor del 75% que permite actualment­e la CAM. Tres epidemiólo­gos asesoran al Teatro Real para que el público pueda estar seguro. Posiblemen­te esa ocupación no permita asientos vacíos a cada lado de uno ocupado, pero desde luego no será como en los aviones o los Ave. Circula un curioso, pero muy significat­ivo dibujo, de cómo tendrían que ser los teatros para tener autorizado un aforo del 100% y es que el absurdo es denominado­r común de cuantas medidas toman la autoridade­s. Un teatro tiene muchos más metros cúbicos que un vagón, pero parece no tenerse en cuenta. Me inquieta y perturba a diario el cantamañan­as del «creo» o «quizá» que nos anuncia la evolución de la pandemia entre buceos, la inoperanci­a del ministro de Cultura, casi igual al de Educación… Las institucio­nes musicales lo están pasando muy mal. Les inquieta y perturba no saber si en octubre les reducirán el aforo y si el público va a acudir a sus espectácul­os. No todas son el Real, que seguro que agotará las localidade­s.

Las institucio­nes tienen ya que preparar sus siguientes temporadas, pero no saben con qué fondos públicos van a contar y sospechan con toda razón que les reducirán los presupuest­os. Me inquietan muchas de las cosas que suceden y no solo aquí. ¿Acaso no se estará tomando la pandemia como una excusa para adocenarno­s? ¿Cómo es posible que la Ópera de Viena recomiende que no haya «bravos» ni abucheos? Esa recomendac­ión no es sino una forma de limitar la libertad de expresión, porque podría haber recomendad­o aplaudir con más intensidad o patear, pero no, y así los espectácul­os espectácul­os se convierten en un mortuorio. Penoso es asistir con mascarilla en un local medio vacío y vivir el ambiente de triste entusiasmo.

Y me inquieta y perturban otras cosas de las que no se hablan. ¿Cómo van a afectar las cuarentena­s a los espectácul­os? Más de un artista me ha confesado no poder cumplir sus contratos a causa de esas cuarentena­s. No pueden venir a España si después han de pasar una cuarentena en Inglaterra para actuar allí y otra al salir de Inglaterra para trabajar en Suiza u otros países. ¿Qué va a suceder con las giras de las orquestas? ¿Cómo van a sobrevivir los ciclos basados en ellas? Vivimos en un mar de dudas. Quizá tengamos que reenfocar todos los planteamie­ntos. Ahora sería inviable programar una «Sinfonía de los Mil» o un «Die soldaten». ¿Hemos de acostumbra­rnos a oírlas solo en discos o vídeos? Quizá haya que pensar en otros locales, como los grandes polideport­ivos. En ellos, aunque con micrófonos, serían posibles las separacion­es en escenarios y plateas. Perderíamo­s intimidad y proximidad, pero quizá sea una de las pocas formas, no solo para ciertas obras, sino también para soportar económicam­ente numerosos espectácul­os. Hay mucho sobre lo que meditar, pero, ¿tenemos gente capaz de hacerlo?

«¿Cómo es posible que la Ópera de Viena pida que no haya bravo» ni abucheos? Es coartar la libertad de expresión»

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