La Razón (Levante)

Grossman, el escritor represalia­do por el KGB

Alexandra Popoff publica la biografía definitiva del autor de «Vida y destino» y describe la persecució­n que sufrió por parte de Stalin, las ignominias padecidas en la URSS y su faceta como correspons­al de guerra

- POR TONI MONTESINOS

En 1990, poco antes de la desmembrac­ión de la Unión de Repúblicas Socialista­s Soviéticas, se publicaba la obra inacabada «Asistencia obligada», que hace poco tuvimos al alcance en español por medio de Ediciones del Subsuelo. Era la oportunida­d para conocer la crueldad y la psicología del miedo que tan bien describió uno de sus autores, Borís Yampolski, que junto a Ilyá Konstantín­ovski fueron dos testimonio­s de un clima de represión que vivieron multitud de colegas poetas, narradores y dramaturgo­s. Todo ello era especialme­nte intimidant­e desde la Unión de Escritores Soviéticos, en cuyo primer congreso, en 1934, se proclamó el realismo socialista. Aquel libro ofrecía por fin la recreación recreación de un ambiente kafkiano, de asfixia, temor, desconcier­to. El caso es que el escritor de turno recibía una carta en casa con la convocator­ia de las reuniones, en la que ponía: «Asistencia obligada», y en las que, a juicio de Konstantín­ovski, «se decidía la vida y la muerte. Para nosotros, hacían las veces del rezo, la confesión, los libros, el circo, la opereta… Eran más trascenden­tes y terribles que un consejo médico. Eran un patíbulo».

Allí se controlaba a los escritores, se enviaban proclamas que había que seguir al dictado, se hacían amenazas subliminal­es. Los escritores proguberna­mentales, súbditos obedientes, todos de mediocre altura literaria, estaban especializ­ados en adular a los mandatario­s que enviaban a los escritores a campos penitencia­rios y les condenaban al ostracismo después de criticarlo­s púdie No extraña que para Konstantín­ovski aquello se tratara de «largas, sombrías reuniones-matadero, reuniones-degollante­s, reuniones en las que se producía una rápida deshumaniz­ación de los hombres». Unos encuentros «obligados» en los se decidía quién tenía que estar en la lista de los aceptados y lo que había que repudiar, hasta el punto de que se malogró la carrera literaria de autores tan relevantes como Borís Pasternak.

Esa pareja de escritores y amigos, que tan bien explicaron cómo el sistema estalinist­a «retorció, aherrojó, derribó y estampó contra el suelo, en el fango, a un gran número de talentos que aún naha naha contabiliz­ado», citaban entre sus papeles a un autor muy admirado por ellos, Vasili Grossman. Se evocaba en «Asistencia obligada» la última conversaci­ón de Yampolski con el autor de la magna «Vida y destino» –cuando ya era un hombre quebrado, vigilado, destinado al oprobio, con su novela confiscada y viviendo de forma miserable– como su triste entierro. Pero así trataba la URSS a los escritores que no obedecían sus dictámenes: hombres del Estado entraban en el hogar del artista, la registraba­n y se hacían cargo de la «novela represalia­da», además de adueñarse del resto de material y hasta de las cintas de las máquinas de escribir, llevándose el trabajo de toda una vida.

A propósito de todo ello, en los próximos días se pone a la venta «Vasili Grossman y el siglo soviético» (Crítica, traducción de Gonblicame­nte.

zalo García),de Alexandra Popoff, que ha hecho sin error a equivocarn­os la definitiva biografía de este autor que no pudo ver su obra cumbre. La escribió en 1959, él murió en 1964, y hasta 1988 no vio la luz en Moscú, bajo el gobierno de Mijaíl Gorbachov, mientras que en España había llegado en 1985, pero traducida del francés; más adelante, se convertirí­a en todo un libro superventa­s cuando se recuperó, traducido por fin del ruso, en 2007.

Crímenes soviéticos

«Sometió a juicio al estalinism­o, yuxtaponie­ndo los crímenes contra la humanidad que los soviéticos perpetraro­n con los cometidos por los nazis. En 1960, dos años antes de que el mundo conociera la experienci­a de Solzhenits­yn en el Gulag, Grossman completó su denuncia de las dos dictaduras y los sistemas de esclavitud que fundaron. Decidirse a intentar publicarla en la URSS fue un desafío de extremada valentía», escribe la también experta en la vida de Lev Tolstói y su mujer Sofia. La investigad­ora se refería a «El archipiéla­go Gulag» (1973), de Aleksandr Solzhenits­yn, quien arrojó luz sobre la llamada «reeducació­n» promulgada por el Gobierno soviético, a veces practicada en «centros psiquiátri­cos», para denigrar o hacer desaparece­r todo aquel sospechoso de estar contra el poder establecid­o; así, Lenin y Stalin, con la excusa de reformar a delincuent­es y antirrevol­ucionarios, segarían entre los años 1921 y 1953 la vida de entre veinte y treinta millones de personas en casi quinientos campos.

Por otra parte, tendríamos el caso similar de la novela de Borís Pasternak «Doctor Zhivago», que tan popular se hizo gracias al cine y que no se publicó en Rusia hasta 1988, con el cambio histórico que impulsó la perestroik­a. En su día, un par de editoriale­s moscovitas habían rechazado publicar, si no podían retocarla a su antojo, la historia del doctor Yuri Zhivago ambientada en la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa de 1917 y la posterior Guerra Civil de 1918-1920.

Pasado y presente autoritari­os

Se calcula que, durante el periodo soviético, fueron detenidos unos dos mil escritores, y unos mil quinientos eran encarcelad­os o llevados a campos de concentrac­ión. Por su parte, Pasternak moriría en 1960 apenado y con la espada de Damocles en forma de perpetua amenaza a ser expulsado de la Unión Soviética. Le había costado escribir su novela diez años (de 1945 a 1955), y vería la luz, tras su edición italiana, en casi veinte lenguas diferentes. Su colega Grossman tuvo una andadura similar, pues su carrera literaria despegó con gran éxito –antes se había formado como ingeniero–, sobre todo, cuando tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial se convirtió en correspons­al de guerra para el Ejército Rojo, publicando grandes crónicas de las batallas de Moscú, Stalingrad­o, Kursk y Berlín. Muy en especial, su testimonio sobre los campos de exterminio nazis, escrito tras la liberación de Treblinka, un documento que, incluso, fue utilizado como prueba en los juicios de Núremberg.

Popoff cuenta con detalle todas las vicisitude­s, las exitosas y las calamitosa­s, de un Grossman que apuntó: «No hay lógica ni verdad en la condición presente, en que yo esté materialme­nte en libertad cuando el libro al que he dado mi vida está en prisión. Como yo lo he escrito, no he renunciado a él y no renuncio… pido que mi libro quede en libertad». Sin embargo, cuando un cáncer le arrebató la vida, Grossman parece ser que suponía que la obra se había perdido o quemado.

Por fortuna, unos amigos lograrán recuperarl­a, microfilma­rla y pasarla clandestin­amente hasta que llegó a Lausana. No era esta la primera de las desgracias para un autor cuya madre había sido asesinada por los nazis en su localidad natal, Berdíchev, en Ucrania, durante una de las primeras masacres de judíos en los territorio­s ocupados a la Unión Soviética. «Este destino constituyó el pilar de la motivación vital de Grossman. Lo llevó a destacar como uno de los primeros cronistas del Holocausto y explica la determinac­ión con la que se esforzó por contar toda la verdad sobre el mal global que trajeron consigo los regímenes totalitari­os del siglo XX», apunta la investigad­ora.

Incluso va más lejos y, señalando cómo en efecto a lo largo de su vida Vasili Grossman tuvo que sufrir el antisemiti­smo por partida doble, con Hitler y también con Stalin, Popoff advierte lo necesario que todavía continúa siendo hoy en día conocer la obra de un escritor tan relevante para todos y cuya prosa es esencial no únicamente para entender el «pasado totalitari­o de Rusia, sino su presente autoritari­o». Una lección a anotar.

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Vasili Grossman, durante la Segunda Guerra Mundial
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