La Razón (Levante)

Una reserva de oro en blockhain. Entrevista al CEO y cofundador de Bitpanda, Eric Demuth

- Alberto Iglesias Fraga

Hace dos años, contaba ya en esta misma columna la historia de Chris Dancy, el hombre «más conectado del mundo». Un cuarentón que, ni corto ni perezoso, decidió una década atrás que fusionaría su cuerpo con la tecnología, conectando tantos dispositiv­os como fuera posible, desde relojes inteligent­es hasta gafas que están sincroniza­das con las bombillas de su casa. Lo tildé de «Iron Man de andar por casa» y de un ejemplo primigenio todavía de una vieja aspiración del hombre plasmada en corriente de pensamient­o: el transhuman­ismo.

Desde los convulsos años 60, diferentes filósofos, tecnólogos y locos varios han tratado de fusionar lo que la naturaleza nos ha dado con lo que la técnica nos posibilita. El objetivo final no es otro que aumentar y mejorar nuestras capacidade­s humanas y, en última instancia, convertirn­os en una suerte de «superhombr­es» y «supermujer­es» más propia de los tebeos que de la realidad en que nos movemos. Y es cierto, todo esto puede sonar a ciencia ficción, pero no lo es tanto si nos atenemos a la creciente necesidad de monitoriza­ción médica en pacientes con enfermedad­es crónicas, por ejemplo, o al uso actual de exoesquele­tos en almacenes e industrias por parte de operarios que necesitan un aporte de fuerza extra para sus labores. Convertirn­os en ese hombre-máquina comienza a cobrar algo de sentido, ¿verdad?

Pero siempre queda una pregunta en el aire, más personal y de difícil resolución si me permiten: ¿Quién estaría dispuesto a ser de los pioneros en fusionarse con la tecnología? Cuestión a la que esta semana un estudio de Opinium Research y Kaspersky daba respuesta. Con una claridad meridiana, además. Resulta que los italianos, españoles, griegos y portuguese­s somos los europeos más dispuestos a dar el salto a esta era de humanos aumentados; frente a los británicos y franceses que recelan mayoritari­amente de esta evolución (utópica o distópica, eso ya es otro tema). ¿Una nueva diferencia de fondo entre las dos Europas, la del centro-norte y la del sur? ¿Tendrá acaso que ver con que vemos en este aumento de nuestras capacidade­s una posibilida­d de salir de la pobreza -comparativ­amente hablando- que tenemos respecto a nuestros vecinos? Nada más lejos de la realidad: la razón es mucho más obvia, superficia­l y absurda de lo que podríamos imaginar. Mientras los galos e ingleses temen los riesgos de seguridad de estos «superhombr­es», a los mediterrán­eos nos sirve con que el transhuman­ismo nos haga más guapos y fuertes (literal, ese es el motivo esgrimido en el estudio por los encuestado­s). Iron Man ya no salva al mundo, solo se mira al espejo.

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