Héctor, el primer fiscal invidente de España
Después de dos intentos fallidos, ahora solo le queda un año de formación para tener su primer destino profesional
Miércoles 16 de septiembre. El reloj supera
ya las seis de la tarde. Junto a las puertas de una de las salas del Tribunal Supremo espera con nervios un joven que acaba de realizar el tercer y último ejercicio de las oposiciones a las carreras judicial y fiscal. Superar la barrera de los 25 puntos, sobre 50, le abriría el sueño que persiguen cientos de opositores. Héctor Melero Martí entra y se encuentra un tribunal presidido por el magistrado Andrés Martínez Arrieta, que es quien le da la noticia y la enhorabuena: ha logrado 28 puntos. Ahora todo dependía de los resultados de los demás: «No sabía lo que iba a pasar», ya que aprobar no significaba que directamente tuviese plaza, pues dependía de las valoraciones valoraciones del resto de opositores que superaran los 25 puntos.
Hasta aquí todo normal, si no fuese porque quien recibe los parabienes es un joven ciego de nacimiento. Melero, una vez complete el período de formación en el Centro de Estudios Jurídicos se convertirá en el primer fiscal de España con esa deficiencia visual total. Se presentó otras dos ocasiones, pero no se desanimó. Ha roto una barrera que parecía infranqueable y que el Consejo General del Poder Judicial abrió a los invidentes en 2014, donde el vocal Juan Manuel Fernández tuvo gran parte de «culpa» de ello.
Héctor es natural de Valladolid, «pero de corazón valenciano», se trasladó a Cullera cinco años atrás para preparar las oposiciones. Durante su estudios no considera que tuviese más dificultades que el resto de sus compañeros: los ordenadores preparados especialmente para personas ciegas suplían los posibles déficits. «No puedo olvidarme de la ONCE, porque con toda su labor hace que las personas ciegas podamos ser independientes». Era un estudiante «normal, ni bueno ni malo, y solo tuve tres matrículas de honor». Claro que también encuentra una «excusa» a esos resultados: «A veces, disfrutaba más que estudiaba».
Y fue en una de las aulas de la universidad vallisoletana donde Héctor vio que quería opositar y no repararía en esfuerzos. «Fue en un examen de Derecho Constitucional, ahí fue donde descubrí mi vocación, pero desde pequeño ya tenía claro que quería ser juez», aunque la balanza se haya inclinado del lado de la Fiscalía.
Hasta esa hora de las 18:16 del pasado miércoles, Héctor había vivido unas horas más que intensas. intensas. Todo comenzó a las 7:15 cuando se sube en un vehículo con tres de sus mejores amigos: Vicent, Lidia y Noelia. En los 380 kilómetros que separan Cullera de Madrid le dio tiempo de «repasar» diez temas. A las 15:00 está ya en el Tribunal Supremo y cuando anuncian su nombre para que entre al ejercicio oral «sentí una gran emoción, solo quería dar lo mejor de mí mismo». Ahora vendrá el año de formación en el CEJ para prepararse de cara al ejercicio profesional de fiscal. Si tenía claro que quería opositar, también lo tiene respecto a las dos facetas en las que quisiera especializarse: la drogadicción y la lucha contra la violencia hacia las mujeres.
Para eso tendrá que esperar un año. Se trasladará a Madrid para comenzar su formación, pero regresará a Cullera cada vez que pueda «a disfrutar de mi afición: comer o cenar en mi falla, la falla Taüt» y con un mensaje claro: si se cree en algo y se trabaja por ello, al final se acaba consiguiendo.