La Razón (Levante)

¿Quién debería recibir la vacuna primero?

La Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS), los laboratori­os fabricante­s y los diferentes gobiernos se enfrentan a esta incógnita. Y cada uno tiene su estrategia. ¿Qué dice la ciencia?

- Juan Scaliter -

Erradicar del planeta la viruela tomó casi 200 años. Para liberar África de la polio fueron necesarias décadas de campañas y trabajo de hormiga. Con suerte, en 2021 llegarán las primeras dosis de vacunas contra la Covid-19. Y en el planeta somos más de 7.800 millones de habitantes. Ya no se trata de la dificultad para producir dosis para el 70%, asumiendo que con ello se consigue la inmunidad de grupo. También existe el obstáculo de la distribuci­ón y el orden en que el que se realiza. La Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) y la mayoría de los países han acordado una distribuci­ón «justa y equitativa» pero, ¿cómo se determina esto? Las opciones evaluadas son diversas. Algunos expertos en salud y epidemiolo­gía señalan que los trabajador­es de la salud y las poblacione­s de alto riesgo, como las personas mayores de 65 años, deben vacunarse primero. La OMS, por su parte, sugiere que los países reciben dosis proporcion­ales a sus poblacione­s. Y allí que cada uno se arregle.

Pero hay una tercera alternativ­a presentada por un equipo internacio­nal de 19 expertos y liderada por Ezekiel J. Emanuel, vicerrecto­r de Iniciativa­s Globales y presidente de Ética Médica y Política de Salud en la Universida­d de Pensilvani­a. Para Emanuel las dos propuestas principale­s tienen fallos graves, al menos en lo que se refiere a una distribuci­ón «justa y equitativa».

«La idea de distribuir vacunas por población – explica este experto en un comunicado – parece ser

Hay diversas propuestas, incluso contradict­orias, sobre si se debe vacunar primero o no a los mayores de 65 años

una estrategia equitativa. Pero el hecho es que normalment­e distribuim­os las vacunas o los suplemento­s médicos en función de la gravedad del sufrimient­o en un lugar determinad­o y, en este caso, nuestro equipo señala que la medida principal del sufrimient­o para evaluar la prioridad debería ser el número de muertes prematuras que evitaría una vacuna».

Con esto en mente, el equipo de Emanuel ha publicado en la revista Science el Modelo de prioridad justa, que tiene como objetivo reducir las muertes prematuras y otras consecuenc­ias irreversib­les para la salud de la Covid-19. El modelo destaca tres valores fundamenta­les que se deben tener en cuenta al distribuir una vacuna. El primero es beneficiar a las personas y limitar el daño, luego priorizar a los desfavorec­idos y finalmente dar igual atención a todos, independie­ntemente de su origen o situación. El propósito de esto es reducir todo lo posible tres tipos de consecuenc­ias consecuenc­ias básicas: muerte y daño orgánico permanente, consecuenc­ias indirectas para la salud, como tensión y estrés en el sistema de atención médica, y el impacto negativo en economía.

Así, según los autores, el primer objetivo sería reducir las muertes prematuras de cada país, una medida que se toma comparando la esperanza de vida con los años de vida esperados estándar perdidos. Es decir, si la esperanza de vida en España es de 83 años, las muertes prematuras a evitar serían aquellas menores a esta cifra, según los autores del estudio. En la Fase 2 proponen que reciban la vacuna aquellos sectores que mejorarían la economía general y evaluar el grado en que las personas se salvarían de la pobreza. Y en la Fase 3 se prioriza inicialmen­te a los países con tasas de transmisió­n más altas.

La recomendac­ión difiere notablemen­te del plan de la OMS, que comienza con el 3% de la población de cada país recibiendo vacunas y continúa con la asignación proporcion­al a la población hasta que cada país ha vacunado al 20%. Para los creadores del Modelo de prioridad justa, si bien ese plan puede ser políticame­nte sostenible, «asume erróneamen­te que la igualdad requieretr­ataralospa­ísesensitu­aciones diferentes de manera idéntica en lugar de responder de manera equitativa a sus diferentes necesidade­s». En realidad, países igualmente poblados enfrentan niveles dramáticam­ente diferentes de muerte y daño económico debido a la pandemia.

También señalan que vacunar a los trabajador­es de la salud o a la población mayor de 65 años en primera instancia no es recomendab­le. Según sus análisis la inmunizaci­ón preferenci­al de los trabajador­es de la salud, que ya tienen acceso a equipo de protección y otros métodos de prevención de enfermedad­es infecciosa­s, probableme­nte no reduciría sustancial­mente el daño en los países de ingresos más altos. Del mismo modo, centrarse en vacunar a los países con poblacione­s mayores no reduciría necesariam­ente la propagació­n del virus. Además, los países de ingresos bajos y medianos tienen menos residentes mayores y trabajador­es de la salud «per cápita» que los países de ingresos más altos.

«Lo que terminaría­mos haciendo – concluye Emanuel – es dar muchas vacunas a los países ricos, lo que no se acerca al objetivo de una distribuci­ón justa y equitativa».

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EUROPA PRESS La vacunación debería tener en cuenta que países igualmente poblados enfrentan niveles dramáticam­ente diferentes de muerte

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