La Razón (Levante)

PERICO SE APRETÓ EL CINTURÓN

PEDRO FERNÁNDEZ CASTILLEJO­S CONQUISTÓ EN ROMA EL TÍTULO MUNDIAL DE BOXEO DE PESO SUPERLIGER­O

- POR LUCAS HAURIE Sevilla

ElEl 21 de septiembre de 1974 Pedro Fernández Castillejo­s, el Perico más famoso del orbe hasta la irrupción en una bajada del Col de Peyresourd­e de un ciclista segoviano en el Tour de 1983, se proclamó campeón del mundo de peso superliger­o en versión WBC. El combate contra Tetsuo «Lion» Furuyama, celebrado en Roma, convirtió al boxeador aragonés en un auténtico fenómeno social de aquella España en la que casi amanecía la democracia. De hecho, la foto de Francisco Franco cumpliment­ando a Perico unos días más tarde en el Palacio del Pardo, es uno de los últimos documentos que existen del general gallego en un acto público.

Los libros de historia afirman que Perico Fernández fue el cuarto de los catorce –incluidas dos mujeres– campeones mundiales que ha dado el boxeo español, pero sin duda fue el más querido en el corazón de sus compatriot­as y el primer púgil que equiparó su popularida­d a la de los grandes personajes de la «société» de la época. Este chico al borde de los veintidós, criado en el hospicio de Calatayud y que jamás conoció a sus padres recibía el mismo trato que genios como El Cordobés, celebridad­es surgidas de la nada cuyo genio trascendía con mucho el mundillo profesiona­l en el que se desenvolví­an: los José Marías, García e Íñigo, se peleaban por tenerlo en sus programas, aparecía de estrella invitada en el plató de Un, dos, tres o con Félix Rodríguez de la Fuente e incluso grabó un disco de rock & roll.

La ascensión de Perico hasta el título europeo, que arrebató al cordobés Tony Ortiz en una de esas veladas legendaria­s del madrileño Campo del Gas, ocurrió con la naturalida­d con la que se suceden las estaciones. En categoría livianas (63,5 kilos de límite en la báscula), el continente se le quedaba pequeño a un superdotad­o, en lo físico y en lo técnico, del que se decía que era capaz de ganar con las manos en los bolsillos, tal era su destreza en la esquiva. «Les gano porque entreno poco. Si entrenase mucho, los mataría», decía el campeón en las vísperas de enfrentars­e con Furuyama. Un exceso de confianza en quien todo lo ignoraba de los pequeños felinos asiáticos e hispanoame­ricanos.

La mayoría de los veinte mil aficionado­s que atestaban el Palasport romano esa noche en cierre de velada, a las 22:30 y retransmit­ido en directo por TVE, rugía a favor del español, que había defendido con éxito su corona europea frente al italiano Pietro Ceru. Pero Furuyama, un pegador excepciona­l, iba a romperle al español una costilla en el segundo asalto y logró ajustar la pelea, que se decidió a los puntos al cabo de quince rounds a cara de perro. El árbitro local, Perriti, dio vencedor a Perico (148-144); el japonés Yoshida se decantó por su compatriot­a (145-148); y decidió el británico Roland Dankin que puntuó por la mínima (146-145) a favor de Fernández y le permitió ceñirse el cinturón que defendió en Barcelona ante el brasileño Joao Henrique (KO en el noveno) y entregó al tailandés Saensak Muangsuari­n por abandono en el séptimo asalto. «Hace calor y no aguanto más», se justificó el maño en la sauna de 48 grados que era el pabellón de Bangkok.

Fue la primera de las muchas espantadas que protagoniz­ó a lo largo de su carrera este boxeador con alma de artista, de figura del toreo: un Rafael de Paula por su carácter indomable, un Antoñete por sus idas y venidas.

A su regreso de Asia, la Federación Española le retira la licencia por una temporada, le levantan el castigo a los pocos meses, gana un par de combates ante «paquetes» sin peligro y protagoniz­a un bochornoso combate con Dum Dum Pacheco, descalific­ados ambos por decisión arbitral debido a su falta de combativid­ad. Ambos fueron vistos de copas juntos pocas horas después del tongo. El 22 de julio de 1980, Perico dejó KO a un árbitro que le llamaba la atención por falta de combativid­ad. Fue sancionado a perpetuida­d e indultado, aunque el boxeo de alto nivel se había acabado definitiva­mente para él.

«Gano porque entreno poco. Si entrenase mucho, los mataba»

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EFE Perico Fernández celebra una de sus victorias

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