«DEBEMOS ESTAR ENFRENTE DEL INTENTO DE BLANQUEAR A LOS QUE SIGUEN ENSALZANDO A LOS TERRORISTAS»
VíctorVíctor Trimiño tenía 4 años cuando asesinaron a Fernando Múgica, 8 cuando acabaron con Fernando Buesa y Ernest Lluch, 9 cuando le pegaron un tiro en la cabeza a Froilán Elespe, 10 cuando remataron en el suelo a Juan Priede, 11 cuando en un bar de Andoain Joseba Pagazaurtundua recibió cuatro disparos a bocajarro, 16 cuando Isaías Carrasco murió acribillado a la puerta de su casa... Todos eran socialistas, como él. Hay muchos más muertos, todos dejaron el mismo dolor, pero esos son los del partido que dirige ahora Pedro Sánchez. Trimiño es secretario general de las Juventudes Socialistas de Euskadi y ha sorprendido la claridad de sus palabras: «Debemos estar enfrente de cualquier intento por normalizar o por blanquear a una fuerza política que sigue siendo incapaz de condenar más de 850 asesinatos y que sigue ensalzando a los terroristas que los cometieron. Ninguna Ninguna necesidad aritmética justifica tratar como un partido más a quien desde un punto de vista ético no lo son». Estamos acostumbrados a oír discursos huecos, llenos de referencias a la concordia, la tolerancia, la paz... que resuenan como las paladas de tierra sobre el ataúd. Pero Trimiño, recién nombrado líder de las Juventudes Socialistas vascas, ha sido preciso en definir un sentimiento que los dirigentes socialistas vascos han erradicado para sumarse a un juego que supone una doble derrota. Pactar con tu asesino es aceptar que todos los muertos, esos 850, sirvieron para algo. Los votos de EH Bildu que permiten gobiernos socialistas en Navarra y que ahora el Gobierno suplica para conseguir nada más y nada menos que la aprobación de Presupuestos Generales del Estado. Ya sabemos que a Otegi es un asunto que siempre les ha quitado el sueño. Hacía tiempo, mucho tiempo, que no se alzaba una voz tan rotunda y explicaba que aceptar siquiera un voto de los que todavía no han condenado una sola muerte –no nos engañemos: no lo harán nunca porque supondría aceptar el fracaso de sus vidas–, mancharía esta democracia que con tanta saña intentaron liquidar. Un puro acto de decencia.