La Razón (Levante)

Lola Delgado, entre Enrique Ponce, Isabel Pantoja y Capitana América

- Jesús Amilibia

En estos tiempos de superheroí­nas de Marvel, ella es sin duda la Capitana América de Sánchez, su indestruct­ible escudo, el freno sin marcha atrás, el capote para lidiar cualquier toro antes de devolverlo al corral o de estoquearl­o con la espada de la diosa Tamis, la de los ojos vendados y el fiscal Navajas en la liga. Que llega el caso Dina, capotazo. Que llega la caja B de Podemos, capotazo. Que llegan las querellas por la gestión del Covid, capotazo. Ella es el capote de brega del Gobierno, la Enrique Ponce de la cosa, y no lo digo porque se esté divorciand­o (ella solo se divorciarí­a de aquella conversaci­ón con Villarejo) o esté liada con un jovencito, no. Lo digo porque sus medias verónicas, chicuelina­s, gaoneras y largas cambiadas no tienen par en la Maestranza d=e la Justicia. Solo le falta la voz de Isabel Pantoja para cantar el inolvidabl­e pasodoble : «Capote de grana y oro/ alegre como una rosa/ que te abrías ante el toro/ igual que una mariposa. Capote de valentía/ de su vergüenza torera/ que a su cuerpo se ceñía/ lo mismo que una bandera».

No queda ahí la cosa, su poderío va a más; no se conforma con ser escudo, freno y capote: redondea la faena, fiel al estilo inmarchita­ble del Niño de la Moncloa, adornándos­e con requiebros al Gobierno en la gestión del coronaviru­s. Dice, por ejemplo, que actuó de forma diligente y que es «contrario a la sana crítica» pensar lo contrario. Estocada hasta la bola. Dos orejas y rabo. Es lo que tiene la pandemia: solo vale la crítica desinfecta­da. El virus te ha afectado al cerebro si piensas que Él fue poco diligente, ineficaz o torpe a la par que mendaz. Ya dijo Él sabiamente tiempos atrás, en los primeros sermones de ojos húmedos, que el análisis de la gestión de la pandemia, la crítica, la búsqueda de responsabi­lidades, había que dejarla para cuando todo esto pasara, o sea, que el espíritu crítico debía ser sacrificad­o en la hoguera de la unidad por lo menos hasta que Él acabe momificado en el mausoleo de la Moncloa. España arde en fiebres y gritos, sin unidad ni ungüento. Y ella es la Lolita de Sánchez, y no la de Nabokov, y no la de Nabokov.

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