La Razón (Levante)

JULIETTE GRECO, ENTRE EL EXISTENCIA­LISMO Y SUS AMANTES

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QuisoQuiso ser actriz y acabó cantando en las cavas de París, donde se reunían los filósofos y artistas. Antes incluso de ponerse delante del público, la gente que acudía para presenciar las discusione­s de la nueva filosofía que encabezaba Jean-Paul Sartre, el existencia­lismo, la convirtió en la musa de Saint-Germain-des-Prés. Fue Sartre quien le sugirió que dejara la actuación y cantara, aunque ella se quejaba de que carecía de voz para esa carrera. Le cedió un poema de su obra teatral «Huis clos» y le dijo que le propusiera a Joseph Kosma que lo musicara. De ahí salió su primer éxito, «Rue des Blancs-Manteaux». Desde ese momento se convirtió en la musa del existencia­lismo, con su ropa negra, sus poses lánguidas, el pelo largo, las manos volando por la escena y unas canciones melancólic­as escritas ex profeso para su voz grave y sensual por sus amigos músicos y poetas. Jacques Prévert, Raymond Queneau, Boris Vian, Leo Ferré, Charles Aznavour y Serge Gainsbourg compusiero­n el mejor y más exquisito repertorio de la chanson de posguerra. Desde el tema «Jolie Môme» a «La javanaise» y «Deshabille­z-moi». Su primer idilio sonado fue con el músico de jazz Miles Davies, con quien incluso quiso casarse, pero él decidió que su matrimonio no sería aceptado en los Estados Unidos. Mantuvo luego una historia secreta con Albert Camus y se casó con el guapo actor Philippe Lemaire después del rodaje de «Quand tu liras cette lettre» (Jean-Pierre Melville, 1953). La llegada del productor de Hollywood Darryl F. Zanuck para la realizació­n de «Las raíces del cielo» (John Huston, 1958) supuso una hecatombe para su vida amorosa. Un idilio que acabó con una dolorosa ruptura y el final de su carrera de actriz en un Hollywood que nunca pisó. La siguiente aventura de Greco fue un desastroso matrimonio que duró diez años bastante convulsos con el intérprete Michel Piccoli, y en 1988 se casó con el pianista y autor de la letra de «Ne me quitte pas», Gérard Jouanest, que murió justo hace ahora dos años. Como cantaba la propia Juliette Gréco, sin ella «Il n’y a plus d’après a Saint-Germain-des-Prés». («Ya no hay un después en Saint-Germain-des-Prés»).

Lluís Fernández

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AP Atractiva, provocativ­a y altiva, como todo ídolo de la chanson. La muerte de Juliette Gréco supone la despedida de una voz que marcó a varias generacion­es de franceses

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