Cuando el mal anida entre los ladrillos
En el Cecil Hotel, escenario de una larga lista de sucesos macabros, Netflix vuelve a apostar por el «True Crime»
Cuando lo inauguraron en 1927, los propietarios del Cecil Hotel de Los Ángeles confiaban en que se convertiría en destino para los ricos y las estrellas de cine; quizá esperaban que su lobby, decorado con paredes de mármol, estatuas de alabastro y columnas dóricas, bastaría para atraerlos. No contaban con que las únicas celebridades que lo pisarían eran las que asistieron a las reuniones de Alcohólicos Anónimos celebradas allí durante un tiempo. Por lo demás, el lugar se convirtió en refugio para vagabundos, drogadictos, proxenetas y asesinos, y en escenario de tal cantidad de crímenes, suicidios y tragedias misteriosasque se ganó el sobrenombre de «Hotel Muerte».
Su siglo de vida, pues, ofrece grandes dosis de todo cuanto satisface a los aficionados al género conocido como «True Crime», y eso explica la llegada al catálogo de Netflix de «Escena del crimen: Desaparición en el Hotel Cecil». A lo largo de cuatro episodios el nuevo documental recuerda el caso de Elisa Lam, estudiante de 21 años que en enero de 2013 se registró en una habitación del establecimiento sin saber de su calaña, y de la que solo unos días después se perdió la pista. Cuando días después salieron a la luz imágenes grabadas por las cámaras de seguridad del edificio, en las que la joven aparecía comportándose de forma increíblemente errática dentro de un ascensor, internet se llenó de teorías conspirativas que hablaban de asesinato, drogas, episodios bipolares, complots gubernamentales y posesiones demoníacas.
Hoy, cerrado al público, el Cecil es una de las principales atracciones de un autobús turístico especializado en escenarios criminales. A sus pasajeros se les enumera la larga lista de quienes allí se suicidaron, ingiriendo barbitùricos o cortándose el cuello o arrojándose al vacío -entre ellos destaca Pauline Otton, cuya caída en 1962 causó también la muerte de un transeúnte anciano-; también, por ejemplo, se les informa del caso de Dorothy Purcell, que dio a luz en el hotel y lanzó al bebé por la ventana porque dio por hecho que estaba muerto. No lo estaba.
Por lo que respecta al historial criminal del Cecil, se inició en 1947 con el asesinato de Elizabeth Short, aspirante a actriz -hoy se la conoce como la Dalia Negraque fue vista en el bar del hospedaje poco antes de que su cadáver fuera hallado partido por la mitad en un parque cercano. En 1964 la víctima fue Goldie Osgood, anciana conocida en los alrededores por dedicarse a dar de comer a las palomas, y que apareció apuñalada y estrangulada en la habitación del hotel donde residía. Casi 30 años después, otra de las alcobas acogió a Jack Unterweger, periodista que cometió al menos tres de los asesinatos de prostitutas de los que decía estar informando, y del que después se descubrió que previamente había matado a un mínimo de 12 mujeres; al parecer el sujeto era seguidor del que sin duda sigue siendo el huésped más célebre el hotel: Richard Ramírez, asesino en serie, violador, secuestrador y pederasta que a mediados de los 80 sembró el pánico. Ramírez es protagonista de otro de los documentales recién incorporados a Netflix, «Acosador nocturno: a la caza de un asesino»; y entre los nuevos títulos disponibles en su catálogo están también «Carmel: quién mató a María Marta», sobre la muerte en extrañas circunstancias de una mujer argentina de clase alta; «Trial 4», la historia de un afroamericano que pasó 22 años en prisión por el homicidio de un policía pese a ser inocente; y «The Ripper», retrato del psicópata que a finales de los 70 mató a 13 mujeres en el norte de Inglaterra. Por lo que respecta a HBO, acaba de estrenar las docuseries «Asesinato en Middle Beach» y «The Lady and the Dale», recreación del morboso caso de la estafadora «trans» Elizabeth Carmichael; y su oferta, igual que el de Netflix y otras plataformas de «streaming»
Días después salieron imágenes de las cámaras de seguridad, en las que la joven se comportaba increíblemente errática
«streaming» incluye incontables documentales más sobre casos criminales célebres.
No es una moda nueva, claro; la crónica negra ha fascinado a la sociedad al menos desde los tiempos de Jack el Destripador. Pero no fue hasta 2015, gracias el estreno de «Making a Murderer», que el «True Crime» se hizo presencia ubicua en nuestro entretenimiento audiovisual. Curiosear en casos reales de escándalos y asesinatos, después de todo, nos cautiva por varios motivos. Nos proporciona los subidones de adrenalina y endorfinas que el miedo genera pero a cambio no nos pone en riesgo, y además funciona como entrenamiento para nuestro instinto de supervivencia. También nos enfrenta a comportamientos que de entrada escapan a nuestra comprensión, y sobre todo nos hace sentir alivio. En otras circunsancias, al fin y al cabo, nosotros mismos podríamos haber sido las víctimas. O, incluso, los perpetradores.