La Razón (Levante)

Pamplinas

- Julio Valdeón

VivimosViv­imos tiempos delirantes. Como siempre, vamos. Pero con abundancia de selfies para que nadie olvide lo insustanci­ales y ampulosos que somos. Días pandémicos, de fondos europeos que anuncian pero no llegan. Tardes de periódicos obsesionad­os con el disco de uno con chándal rojo, un Madrileño. Uno que conoce el manual y las referencia­s, los materiales y los guiños, de Silvio y Sacramento a Fangoria, de la propia Rosalía a Pájaro y etc. Pero que canta como Alvin y los Chipmunks. Que escribe unas letras sonrojante­s. Y que le da al dichoso autotune hasta lograr que acabes cual Travis Bickle delante del espejo espejito y con el Smith & Wesson 500 listo para inaugurar la noche y las morgues. Uno que canta como un mimosín de cinco años y escribe unos textos de caca culo pedo pis. Algo así como la versión infantil de un pésimo imitador de Albert Pla cruzado con los Morancos y producido por Gloria Estefan después de escuchar en bucle el Despacito de Luis Fonsi y llegar a la conclusión de que es lo mejor que le ha pasado a la música desde Elvis Presley. Uno que, mira por dónde, multiplica su presencia en los diarios mientras grupos del calibre de Guadalupe Plata o solistas como Juan Perro, María Rodés o Rubén Pozo publican discos deslumbran­tes. Discos esenciales a los que por supuesto dedicamos una fracción del espacio y los aplausos debidos a la penúltima monada fake, al penúltimo rollo del marketing. Mientras genios, y no uso esta palabra de forma superficia­l o gratuita, genios como Ana Fernández-Villaverde, quizá la mejor compositor­a española de la última década, escribe unas canciones a la altura de lo mejor firmado por Stuart Murdoch (Belle and Sebastian), Manuel Alejandro, Carlos Berlanga y Jarvis Cocker (Pulp) y el público no sabe y no contesta porque no le dedican portadas ni abre los telediario­s, dedicados en cambio a vender un pop entre el trap y los ecos cañís mal asumidos y peor aprovechad­os. Vivimos días extraños, y lo mínimo que podíamos hacer, por nosotros, por nuestros hijos, por las ballenas y la capa de ozono, es no darle lengüetazo­s al tetra brick ni promociona­r tristes pamplinas.

«Tardes de periódicos obsesionad­os con el disco de uno con chándal rojo»

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