La Razón (Levante)

«La guerra de Ucrania es una vergüenza y una derrota de la humanidad»

Hablamos con una de las intelectua­les más lúcidas con la actualidad de su obra «El Museo de la Rendición Incondicio­nal»

- Dubravka Ugresic Escritora Javier ORS

Con«Laedaddela­piel»Con«Laedaddela­piel» confirmó lo que ya prometían sus obras anteriores, «Zorro», uno de sus mejores libros, y «Baba Yagá puso un huevo». Dubravka Ugresic, que sabe radiografi­ar con acierto las pulsiones de nuestra sociedad, con sus fallas, tachas y olvidos, es una lúcida intelectua­l que sabe medir el alcance de problemas tan esenciales como el exilio, la importanci­a de la palabra y los cambios que ha traído la tecnología. La escritora, que abandonó Yugoslavia, que critica el nacionalis­mo, reivindica al narrador inconformi­sta y que, en estos tiempos de evasiones, acude a la ficción para analizar la condición humana, ve ahora llegar de nuevo a las librerías españolas «El Museo de la Rendición Incondicio­nal», una hoy más que nunca necesaria reflexión sobre la memoria en tiempos de guerra.

Las bombas han vuelto a Europa tras el conflicto de Yugoslavia.

La guerra en Ucrania es solo otra gran derrota de la humanidad, es una vergüenza, la vergüenza de todos, y todos deberían sentirse avergonzad­os, los políticos europeos, estadounid­enses, rusos y ucranianos, los diplomátic­os, las institucio­nes de la ONU y similares; en general, las personas que tienen un poder político para detener la guerra. Todos ellos fallaron y todos ellos deberían ser culpados. Pero existe otro problema: el mundo está instigado a pensar sobre qué está ocurriendo en Ucrania y, además, muchas personas quieren que otras sepan lo que ellos piensan. Como resultado, todos tienen la misma respuesta, los mismos pensamient­os sobre este conflicto. ¿Cómo? Porque vivimos en lo que llamo «la cultura del consenso».

Y, de nuevo, los refugiados.

Están en nuestro horizonte desde hace tiempo. Cada año su número aumenta. En este momento la cifra es de unos noventa millones de personas que están «en movimiento». No los vemos, son invisibles. No nos gusta escuchar las historias de cómo los «perros policía» de Croacia, Polonia, Hungría y otros lugares los tratan de una manera tan brutal. Por eso de repente estamos tan preocupado­s por los refugiados ucranianos, porque ellos atraviesan problemas que son reales. Y son blancos, como nosotros. No son refugiados de Siria, Afganistán o de África, Dios no lo quiera. Aquí, Europa muestra un rostro profundame­nte racista. Todo ese «cargamento humano» humano» tiene un tratamient­o diferente y confirma que la clase, la raza y el género siguen importando. Y me temo que después de esta guerra importará aún más.

¿Putin y la guerra deberían ser de alguna manera reliquias del pasado?

No sabemos. Tal vez sea una representa­ción de las contiendas futuras. En este mismo momento no sabemos nada.

La cultura rusa juega un papel muy importante en su libro. ¿Qué piensa cuando ve a este país en semejante conflicto?

Recienteme­nte hubo una exposición en una de las capitales culturales europeas. Se anunció como vanguardia rusa. Visité la muestra porque todos mis escritores rusos favoritos pertenecen a esa época corta pero extremadam­ente poderosa. En dicha exposición solo se expusieron dos cuadros, uno de

Malevich y otro de Kandinsky. Los otros objetos eran numerosos, de porcelana, enormes jarrones con el retrato de Stalin y escenas de la vida cotidiana de su tiempo desde 1932 hasta su muerte. Esa fue la época de la cultura del realismo socialista. El chico con los bigotes impresiona­ntes que aparece en esos jarrones de cocina «mató» a Malevich, a Kandinsky y a la cultura de vanguardia. Por cierto, ¿se da cuenta de que la noción de «kitsch» se ha eliminado del vocabulari­o de hoy? Muchos jóvenes no entienden lo que significa esa palabra.

¿El título de su libro...?

El Museo de la Capitulaci­ón Incondicio­nal existió en el antiguo Berlín Este, en Karlshorst. Pasé un año, 1994, en Berlín, cuando estaba cerrando sus puertas y cuando unos 30.000 soldados rusos salían de la ciudad. Algunas de las casas de ese barrio fueron abandonada­s y los apartament­os de los soldados rusos recibieron nuevos inquilinos temporales: refugiados yugoslavos. Yo fui uno de los últimos visitantes de ese Museo. A los refugiados yugoslavos, en su mayoría hombres, les gustaba jugar a las cartas en la cafetería abandonada del edificio. Toda esa escenograf­ía, el lugar histórico, la gente, construyer­on una metáfora perfecta, un palimpsest­o. Hoy tiene un nuevo nombre: Museo Germano-Ruso.

¿La memoria sigue siendo un objetivo de guerra?

El objetivo de cualquier guerra es siempre el dinero, el poder y el territorio. Los refugiados tratan igualmente de seguir olvidando mientras tratan de continuar recordando.

Pero las palabras cambian.

Sí, cambian de sentido. El exilio es una especie de nuevo territorio, nueva lengua, nueva vida. Se supone que es una especie de revisión de un conocimien­to que adoptamos en casa. En el caso del escritor es un asunto personal. Algunos intentan adaptarse a sus nuevos entornos culturales y escogen otro idioma. Otros se quedan con sus historias íntimas.

Habla de álbumes de fotografía­s. ¿Qué es para usted Instagram?

Parece que la fotografía representa el pasado e Instagram representa el eterno presente.

 ?? EUROPA PRESS ?? Retrato familiar en un álbum de fotos encontrado entre las ruinas de Ucrania
EUROPA PRESS Retrato familiar en un álbum de fotos encontrado entre las ruinas de Ucrania
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IMPEDIMENT­A Ugresic evoca su vida en este libro

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