La Razón (Levante)

«El miedo»: toda la crudeza de la guerra, desde las trincheras

► Gabriel Chevallier publicó dos veces sus memorias sobre la contienda del 14, en 1939 y 1951. Un alegato pacifista de un realismo dolorosame­nte duro

- J. ORS

Todos los soldados sienten miedo, aunque no queda muy bien que lo admitan en público. Gabriel Chevallier conoció esa experienci­a en plena juventud, cuando los arrestos, el bravío, la inconscien­cia y el arrojo formaban parte de su plenitud vital. Pero ni siquiera eso le desengañó de la realidad que supone para cualquier persona la amenaza de los obuses y el riesgo que conllevaba para un sujeto salir a la tierra de nadie, ese páramo de cráteres y alambradas erizadas, cuando resuena a lo lejos el tableteo de las ametrallad­oras.

Él solo era un joven más, uno de tantos estudiante­s que aspiraban a licenciars­e en la facultad de arte, cuando el destino, sin que nadie lo reclamara, se cruzó en su y el país lo enroló para enviarlo al frente. Aquella guerra, que no iba con él, que probableme­nte no iba con casi ningún ciudadano de a pie y con unos anhelos humanos más modestos y amplios, vino a reconocers­e en la historia como Primera Guerra Mundial. Ahora que las alarmas y sirenas antiaéreas vuelven a escucharse en ciudades europeas casi conviene echar un vistazo al estremeced­or relato de lo que es un conflicto bélico y hacerlo además a través de uno de los libros más espeluznan­tes que se han escrito sobre este asunto.

Chevallier, un hombre con educación, también con una perspectiv­a y un horizonte intelectua­l en la cabeza muy loable, no quería saber nada de esa triturador­a de jóvenes y adultos que suponía una contienda. En sus parámetros, la nobleza, el valor y el orgullo estaban más relacionad­os con la excelencia del estudio que con las cargas de caballería, sobre todo, si son ligeras y lo único que hacen es cubrir la tierra de cadáveres.

Honestidad brutal

Chevallier fue destinado a Artois en 1914, donde cayó herido, pero eso no le eximió para que siguiera combatiend­o hasta 1918. Lo que vivió lo resume con una sinceridad brutal en una obra que hoy resulta un clásico: «El miedo». Un título que en España no pudimos leer hasta hace unos pocos años. La obra es de una honestidad sin paliativos. Su autor quería contar lo que fue aquel conflicto y, para que nadie le criticase, expuso a las bravas lo que sintió él, y, después, el resto de compañeros con los que luchó en aquellas batallas. El resultado fueron unas páginas de enorme crudeza, de una minuciosid­ad apabullant­e, donde nada queda soslayado, desde los piojos que habitaban en los uniformes de los soldados hasta la dureza de la muerte y la pena de la pérdida. Desde el inicio, «El miedo» es un alegato de claro sesgo pacifista. Y no lo intenta disimular en absolucami­no to. Cuando apareció en Francia durante 1930, el impacto que causó fue total. Y eso que ya se habían editado títulos de semejantes caracterís­ticas. La diferencia era la soltura, el brío y el descaro juvenil que Chevallier imprimió a su prosa. Lo que sucedió después es que los nazis entraron en el Parlamento alemán y que en 1939, de nuevo, Europa entraba en guerra. El propio Chevallier decidió retirar su libro. Considerab­a que no era el mejor momento para esa lectura. Lo recuperó más tarde, en 1951, y fue entonces cuando se convirtió en un clásico de las letras francesas y universale­s.

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Portada de la edición de «El miedo» de 1951, que levantó una ola de protestas en Francia

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