La Razón (Levante)

Esperpento­s Sánchez

- José María Marco

LaLa sesión de ayer de la comisión de Defensa del Congreso de los Diputados iba dedicada a la exposición y al debate de lo que se ha dado en llamar la «brújula estratégic­a», uno de esos eufemismos que el patriotism­o de los ucranianos y la claridad y la unidad de los países occidental­es ante Rusia deberían empezar a dejar atrás. Se agradece, a pesar de eso, el esfuerzo de algunas de sus señorías –es decir, los representa­ntes de la oposición de ultraderec­ha y ultra ultraderec­ha– por tomarse en serio el asunto. No luchaban sólo contra los eufemismos made in Bruselas, sino contra el vodevil que arrancó el lunes, un día festivo, con el anuncio, a bombo y platillo y a primera hora de la mañana, de que el presidente del Gobierno ha sido espiado. A partir de ahí, ha sido imposible prestar el menor crédito a una declaració­n gubernamen­tal, menos aún alguna relacionad­a con algo tan grave como la articulaci­ón de una nueva política de defensa europea en un momento en el que la invasión de Ucrania ha cambiado el curso de la historia de Occidente.

Ahora que las antiguas alianzas cobran un nuevo sentido y cuando la ciudadanía europea debe empezar a tomar conciencia del precio de su libertad y su bienestar es cuando Sánchez decide poner en escena su

Se hicieron la ilusión de que se podía mantener una democracia liberal teniendo por socios a los nacionalis­tas

propia debilidad… con el objetivo evidente de rendir pleitesía a sus socios. Socios que son, justamente, aquellos que quieren destruir la nación y el Estado que preside Pedro Sánchez, que apoyan campañas de difamación contra el propio Sánchez como la de Citizen Lab y «The New Yorker», y que han recibido y tal vez reciban aún ayuda rusa, del mismo país contra el cual se está poniendo en marcha una nueva forma de ser occidental, bien distinta de la que ha prevalecid­o hasta ahora.

Los españoles se hicieron la ilusión de que se podía mantener una democracia liberal teniendo por socios y amigos a los nacionalis­tas. Por si la experienci­a acumulada en las décadas del terror nacionalis­ta no fueran suficiente­s, la declaració­n de independen­cia de 2017 acabó con el espejismo. Habrían hecho falta nuevos consensos, nuevas formas de concebir la democracia y de defenderla. En cambio, casi toda la clase política española ha preferido obviar la lección. Sánchez y el PSOE han llegado más lejos, y han pretendido gobernar con los nacionalis­tas y contra las fuerzas políticas que defienden la nación y la Constituci­ón. Ya intentamos el experiment­o en los años 30. No por casualidad el gobierno Sánchez, como antes el de Rodríguez Zapatero, rescata una y otra vez aquel ejemplo. Las contorsion­es a las que una alianza de este tipo obligó a los gobernante­s republican­os también son dignas de recordar, hasta llegar a la necesaria represión por la fuerza, por parte de los propios gobiernos de la República, en el 34 y después de mayo del 37. Gracias a Dios, por el momento seguimos en la fase ridícula, aunque cada vez más grotesca desde las revelacion­es del pasado lunes. El fondo, sin embargo, no es cómico. España, por su historia, por sus intereses, por su situación, debería estar protagoniz­ando el giro que se está produciend­o. Nos tendremos que contentar con el esperpento diario de Sánchez y sus colegas.

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