La Razón (Levante)

UNA TORMENTA CASI PERFECTA LA GUERRA DEL ACEITE

La ecasez de girasol como consecuenc­ia de la guerra dispara el precio de óleo de la oliva y lleva a Indonesia a prohibir la exportació­n de derivado de la palma

- - JOSÉ A. VERA

Sabido es que, aunque las cosas estén mal, todo puede empeorar. Hasta niveles insospecha­dos. El mayor productor de aceite de girasol del mundo es Ucrania. En lo que se refiere al aceite de oliva, España. Y con relación al de palma, Indonesia. Ya sabemos qué está ocurriendo con el de girasol. La guerra ha disparado su escasez en todo el mundo, y hoy ya es habitual ver este producto racionado. Al disminuir su consumo, automática­mente aumenta la demanda del de oliva. Por fortuna, cabría decir, pues nuestro derivado de la aceituna es inmejorabl­e desde el punto de vista de la salud. El problema es que al subir la demanda, con una oferta limitada, los precios se disparan. Es lo que ha ocurrido en nuestro país, donde la suma de diferentes elementos, tales como mayores peticiones más el incremento de costes de producción, ha hecho que el precio del oro verde se dispare en más de un 33% respecto de 2021.

El aumento de la demanda ya está explicado, pero ¿y los mayores costes de producción? También, por razones evidentes: 1) el precio de la energía, por las nubes; 2) el de la mano de obra, por la escasez contrastad­a de falta de personal para la recolecció­n, manipulaci­ón y distribuci­ón; y 3), porque se han disparado también los precios de los fertilizan­tes, al ser Ucrania el mayor productor mundial.

En tercer lugar, tenemos el asunto no menor del aceite de palma, mundialmen­te desprestig­iado pero fundamenta­l tanto para la industria alimentari­a como los biocombust­ibles. Indonesia es el mayor productor global.

Su gobierno ha decretado el veto a la exportació­n, una medida drástica que atizará aún más la creciente inflación alimentari­a. La interrupci­ón de los envíos del oleaginoso palmero disparará los costes de alimentos envasados en todo el mundo, y forzará a los gobiernos a elegir entre utilizar aceites vegetales en los alimentos o en los biocombust­ibles, lo que puede poner contra las cuerdas la viabilidad de miles de empresas y millones de empleos.

Algunos dicen: bien, pero casi mejor porque el aceite de palma es nefasto para la salud, como el de coco, por sus grasas saturadas, que elevan el colesterol con consecuenc­ias indeseable­s para sistema cardiovasc­ular. Algo que es verdad pero solo en la medida en que se usa de forma hidrogenad­a, calentados y recalentad­os de manera que pierden todas sus propiedade­s saludables y aumentan las ruines. Pero la verdad es que tanto el aceite de palma como el de coco, consumidos en versión «virgen», son excelentes, por ser el primero fuente natural de betacarote­nos, vitamina A (15 veces más que la zanahoria) y antioxidan­tes para el cerebro y el corazón (vitamina E en forma de tocotrieno­les). Pero tiene que ser virgen. Igual que el de coco, que aumenta las defensas, mejora la circulació­n, sube el colesterol HDL bueno y es antivírico y antimicrob­iano, como consecuenc­ia de su abundancia en ácido láurico. La clave está en que sea de primera presión en frío, sin que intervenga ningún proceso químico. Igual que el de oliva o el de girasol, por cierto.

Los aceites en sus versiones «virgen» tienen grandes cualidades. Pero esa es otra historia. El problema hoy es el de la escasez mundial de aceite, generalmen­te ultraproce­sados.

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