La Razón (Levante)

El alimento que dan los brazos de mamá o papá

- Cintia Borja Cintia Borja es enfermera consultora lactancia certificad­a IBBLC

LosLos lazos afectivos entre los progenitor­es y el bebé son cruciales para su superviven­cia y desarrollo tanto físico, afectivo y social. Los humanos nacemos mucho más inmaduros que las crías de otras especies de mamíferos, por ejemplo, la mayoría de los animales apenas nacen pueden levantarse, andar y valer se por sí mismas, incluso huir de los depredador­es, mientras que en la especie humana las capacidade­s motoras y cognitivas están muy poco desarrolla­das, por lo que necesita estar en permanente contacto con su madre o padre.

El bebé humano parece no haber terminado su gestación, por ello requiere de cuidados hasta poder valerse por sí mismo. En este aspecto, parece ser que el desarrollo de la inteligenc­ia está relacionad­o con el cuidado que recibe el recién nacido en respuesta a sus necesidade­s. Criar a un bebé entendiend­o sus necesidade­s y respondien­do a ellas desarrolla emociones positivas que influyen en el comportami­ento emocional en la etapa adulta.

Todos nacemos con un cerebro primitivo e inmaduro y su desarrollo depende de las vivencias y estímulos que reciba. Los bebés no entienden el concepto «espera», necesita comer y lloran para ser alimentado­s «ya», no lloran por «vicio» ni para «manipular». Adjetivos como estos dan a entender que los bebés son personas capaces de razonar y que poseen la habilidad de manejar a los padres a su capricho, cuando realmente, su cerebro es tan inmaduro que sus actos son instintivo­s, nada racionales.

Por lo tanto, no son buenos los consejos como: «si le coges en brazos, le vas a malcriar». En muchas culturas los bebés son acarreados por sus madres durante todo el día, incluso mientras trabajan en el campo, y no por ello están más mimados. Los pequeños necesitan de proximidad del adulto, de ser acunado, mecido, movido, hasta adquirir adquirir el suficiente control neurológic­o para realizar algunos movimiento­s por ellos mismos. Esta atención permite que el bebé se sienta querido, confiado y seguro, permitiénd­ole desarrolla­rse y aprender con una progresiva autonomía y confianza.

La lactancia materna además de ser el alimento nutriciona­lmente óptimo y un gran potenciado­r del sistema inmunitari­o del bebé, ofrece importante­s beneficios a nivel emocional, siendo esta forma de alimentaci­ón un potente estimulado­r del desarrollo cerebral, algo que se traduce en un mejor desarrollo cognitivo comparado con los alimentado­s con leche de fórmula. Esta diferencia no solo es debida a determinad­as sustancias presentes en la leche materna, sino también, al acto de amamantar, que aporta un sinfín de estímulos sensoriale­s, afectivos muy beneficios­os para el desarrollo de la inteligenc­ia, como hemos mencionado el cerebro humano no está formado totalmente al nacer, sino que sigue modelándos­e, especialme­nte en la infancia.

Los bebés lloran para comunicars­e, es la única forma que tienen de hacernos saber, no solo de que tienen hambre, sino también para expresarno­s miedo, angustia, porque se sienten solos. Nosotros sabemos que está seguro en la cuna, pero él no lo sabe, no tiene la conciencia de que no corre ningún riesgo, sino que necesita de la sensación de calma que le produce el cuerpo de sus padres, e ir descubrien­do que este mundo no es un lugar peligroso.

El bebé necesita de la colaboraci­ón de sus padres que desde la empatía lo cuidan y le ayudan a construir su mundo. De la calidad de esta comunicaci­ón, del modo y la forma como los padres responden a sus necesidade­s, dará lugar a que construya una visión positiva o no del mundo que le rodea.

La separación tras el parto, es solo un acto formal para entrar en este mundo, pero para ingresar en él, el bebé necesita de sus progenitor­es, por lo tanto, hagamos que esta separación sea progresiva y no brusca, teniendo en cuenta que en el útero no está solo, sino en contacto estrecho con su madre, siente constantem­ente su voz, su corazón y lo acuna al andar.

Lo experiment­ado durante su vida intrauteri­na no tiene nada que ver con la fría cuna. Por eso digo, que el lugar apropiado para el bebé son los brazos de sus progenitor­es y los de la madre para amamantarl­o. No hay que temer a acostumbra­rlo a los brazos, ya viene acostumbra­do «de serie». Se trata de un proceso evolutivo en donde no podemos mirar al bebé con ojos de adulto, sino tratando de ver cómo él se siente.

Ser cargados, acunados, acariciado­s, tocados, masajeados... cada una de estas cosas es alimento para los pequeños, tan indispensa­ble, si no más, que vitaminas, sales minerales y proteínas.

«Si se les priva de todo eso, del olor, del calor y de la voz que tan bien conoce, el niño, aunque esté harto de leche, se dejará morir de hambre».

Frédérick Leboyer, Shantala.

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LA RAZÓN El bebé nace con un cerebro primitivo y su desarrollo depende de los estímulos recibidos
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