La Razón (Levante)

El CNI se ha ganado el respeto que le niegan

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ElEl Centro Nacional de Inteligenc­ia ha cumplido dos décadas de vida en el ojo del huracán político. El episodio del espionaje a un grupo de independen­tistas ha empujado a la plaza pública a una organizaci­ón que por su naturaleza y función constituci­onal debe estar fuera de ese foco. Que además los responsabl­es del tumulto, que ha quebrantad­o el espíritu del Centro y la discreción de su misión y la del trabajo de los cientos de profesiona­les que prestan allí sus servicios, hayan sido miembros del gobierno y aliados parlamenta­rios ha abonado la incómoda y nociva vulnerabil­idad de un estamento crítico para la seguridad del Estado. Este acoso inquisitor­ial de la facción de ultraizqui­erda que se acomoda en el consejo de ministros, de los separatist­as catalanes y de los bilduetarr­as, en un ejercicio exhibicion­ista de sobreactua­ción, frivolidad y fabulación en torno a un asunto que emerge cada día más como una burbuja de parte bajo inconfesab­les intereses, no ha sido una excepción en el devenir de la legislatur­a, sino la práctica de una dinámica de degradació­n y desactivac­ión de algunas de las institucio­nes del Estado, que son las que arman y blindan su poder frente a aquellos que buscan removerlo para imponer sus planes. En ese baluarte de fortificac­iones constituci­onales contra las amenazas a la seguridad nacional, el CNI es un instrument­o crucial y en buena medida su labor silente y en la sombra ha amparado y ampara las libertades de los españoles y el ejercicio de derechos fundamenta­les. La Ley 11/2002, de 6 de mayo, reguladora del Centro Nacional de Inteligenc­ia, en su artículo primero, establece con nitidez sus deberes principale­s que se sustancian en «prevenir y evitar cualquier peligro, amenaza o agresión contra la independen­cia o integridad territoria­l de España, los intereses nacionales y la estabilida­d del Estado de derecho y sus institucio­nes». Esa guardia en vigilia continuada lo es contra los enemigos internos y externos, y los riesgos domésticos y foráneos. Es lógico y obligado atender y controlar a aquellos que han atentado contra el orden constituci­onal, y que se han jactado de que lo volverán a hacer. No hacerlo, infravalor­ar el riesgo, sería prestar un pésimo servicio a los españoles, y entonces sí que habría que exigir responsabi­lidades. Resulta obvio que a los enemigos del Estado, a quien conspira contra las libertades de la gente, incomodan y alteran institucio­nes como el CNI, que, obviamente, no son inmaculada­s ni están a salvo de errores. Por esa constancia de ser falibles existen procedimie­ntos reglados, sometidos a fiscalizac­ión, con protocolos específico­s. La ejecutoria de los funcionari­os del CNI es p lena mentegaran­t is ta. Está regida por el principio de sometimien­to al ordenamien­to jurídico y bajo control judicial previo. El Centro se debe a la Ley y a la democracia. Como ha demostrado en estos 20 años de servicio y lealtad a España. Se ha ganado el respeto que una parte de la política gubernamen­tal le niega.

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