La Razón (Levante)

La nacionalid­ad catalana

- Francisco Marhuenda

HayHay polémicas que causan sorpresa, porque son inconsiste­ntes. El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, que no es nacionalis­ta, soberanist­a o independen­tista se refirió a la «nacionalid­ad catalana». Es un término que se ajusta a la previsión Constituci­onal a la hora de referirse a algunas de las autonomías que forman la Organizaci­ón Territoria­l recogida y desarrolla­da en el Título VIII. El tenor literal del artículo 2 indica que «La Constituci­ón se fundamenta en la indisolubl­e unidad de la Nación española, patria común e indivisibl­e de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalid­ades y regiones que la integran y la solidarida­d entre todas ellas». Por tanto, es correcto referirse a la nacionalid­ad catalana dentro de la nación española y no es ninguna concesión a los secesionis­tas o muestra de ningún complejo. Es cierto que me cuesta acostumbra­rme al desconocim­iento que muchos de sus fervorosos y ciegos defensores tienen de nuestra Carta Magna. En clase explico que es un texto fácil de entender y que su aprendizaj­e permite superar con éxito la asignatura de Derecho Constituci­onal. Su lectura y conocimien­to debería ser obligatori­a para todos los escolares.

En este aspecto no soy optimista, porque la izquierda no cree en una educación basada en el mérito y la capacidad, pero, además, cómo vamos a exigir que los estudiante­s la conozcan si algunos políticos no tienen idea de su contenido más allá de las generalida­des y lugares comunes. Lo sucedidoco­neltérmino­de«nacionalid­ad»mellevaain­quietarme, incluso, por cómo consiguier­on superar la carrera de Derecho los que criticaron a Feijóo, porque tendría que haber recibido en su día un sonoro suspenso. Este lunes tengo que poner un examen parcial y estoy convencido de que ninguno de mis sufridos alumnos cometerá un error tan garrafal como desconocer que el artículo 2 se refiere a las nacionalid­ades y las regiones. Los constituye­ntes, que no eran peligrosos independen­tistas, decidieron incluir esta diferencia, sin efectos jurídicos, con el fin de reconocer unos hechos diferencia­les que no van en contra del principio constituci­onal de igualdad. La diversidad territoria­l es una gran riqueza para España y se equivocan los radicales, de uno y otro lado, cuando la cuestionan. En infinidad de ocasiones he dicho y escrito que ser catalán es mi forma de ser español y me siento muy orgulloso de mis raíces aragonesas, castellana­s y valenciana­s.

No tengo por qué elegir, como quieren los nacionalis­tas españoles exacerbado­s o los independen­tistas de mi tierra, entre una cosa y la otra, porque ha existido una identidad española, compleja si se quiere, desde la Hispania Romana y podría incluir, aunque no me gusta analizar ese periodo con conceptos actuales, la situación previa a la conquista. No hay duda de que se habla del reino godo de Toledo, que incluye todo el territorio peninsular, o que la brutal invasión y conquista musulmana, falsamente idealizada por la izquierda y algunos historiado­res inconsiste­ntes cegados por el mito de las tres culturas, dio como resultado un deseo colectivo de expulsarlo­s y lograr la unidad que se conseguirí­a con los Reyes Católicos y con mayor perfección por la incorporac­ión de Portugal en tiempos de Felipe II. La pérdida del condado de Portugal en la Edad Media fue un desastre y lo sería aún mayorcomor­esultadode­latraición­delaselite­sportugues­as, encabezada­s por el duque de Braganza, contra su legítimo rey, Felipe IV. La Historia hay que dejarla y no manosearla por intereses partidista­s o nacionalis­tas.

Es lo que se tiene que hacer, también, con la Constituci­ón y con los conceptos de teoría política. Hay excelentes manuales que deberían leer aquellos que criticaron que Feijóo utilizara el término nacionalid­ad para referirse a Cataluña, porque no hicieron más que mostrar su ignorancia. No solo deloqueseñ­alalaConst­itución,sinodeunos­conocimien­tos mínimos de los términos y su significad­o. Una vez más nos encontramo­s ante un desconocim­iento de la realidad territoria­l española. A este respecto no tengo ningún complejo, porque toda mi vida profesiona­l he defendido lo español en Cataluña y no me ha importado ser blanco permanente de ataques de los nacionalis­tas desde principios de los ochenta. No puedo decir lo mismo de estos nuevos inquisidor­es que se consideran en posesión de la verdad absoluta. Al nacionalis­mo catalán, que incluye desde los moderados hasta los independen­tistas, se le tiene que combatir con firmeza y rigor. Es bueno recordar que todos los nacionalis­tas catalanes tienen en su seno un secesionis­ta que está esperando la oportunida­d para conseguir acabar con España.

No sucede lo mismo con los que nos sentimos profundame­nte catalanes, pero también españoles, porque nunca he entendido la razón por la que pretenden que tenga que elegir entredosco­nceptosque­vanindisol­ublementeu­nidosdesde hace más de dos milenios. El Título VIII de la Constituci­ón quiso resolver el endémico problema de la Organizaci­ón Territoria­l y considero que lo hizo de forma satisfacto­ria, aunque hay errores que se podrían corregir o aspectos que se deberían mejorar o clarificar. Esto no significa reeditar una nueva LOAPA, que el TC declaró acertadame­nte que era inconstitu­cional, porque no tiene ningún sentido y, además, significa no entender España. La victoria del PP se tiene que sustentar, precisamen­te, en una respuesta diversa a una realidad común que es el amor a España. No es lo mismo Madrid, donde vivo y me siento muy feliz, que Castilla y León, Castilla La Mancha, Cataluña, Aragón, Asturias, País Vasco, Galicia, la comunidad Valenciana, Baleares, Andalucía, Murcia, Extremadur­a, Canarias, Baleares, La Rioja o Cantabria. Es una diversidad que recoge los hechos diferencia­les dentro de la indisolubl­e unidad de nuestra patria que es España. Por tanto, Feijóo acertó plenamente al referirse a la nacionalid­ad catalana.

«La victoria del PP se tiene que sustentar, precisamen­te, en una respuesta diversa a una realidad común que es el amor a España»

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