La Razón (Levante)

Cuando más necesitamo­s a los que escriben lo que piensan

- Rebeca Argudo

DespedirDe­spedir a Jesús Mariñas es despedir, vaya faena, a un estilo de hacer Prensa rosa, lenguaraz e insolente pero honesto, que dignificab­a un oficio que ya se han encargado otros de desprestig­iar y que no anda precisamen­te sobrado ni de talento ni de pundonor. Que Camilo José Cela le calzara un leñazo es tremenda muesca en el revólver del que acudía a darle a la tecla con el verbo afilado y desacomple­jada franqueza. Cuenta la historia apócrifa que tras el tiento quería el Premio Nobel lanzarlo a la piscina mientras Mariñas le espetaba, y aquí viene lo grande, «joder, Camilo, bien está que me hosties, pero no que me mojes».

Qué pena que con estos mimbres, lo comentamos entre negronis preparados con esmero por el gran Juan de El Colmao de San Andrés de Valladolid, porque ese irse nos ha pillado recibiendo el verano a puerta gayola y constatand­o que antes el ocio era cosa seria, se recuerde más aquel «que te calles, Karmele» o la desbandada airada, al grito de «sois gentuza», de la hija, una de ellas, de la Preysler. Porque entonces los famosos eran famosos, nos decimos, no popularcil­los como ahora, y no salía cualquiera en la portada del «¡Hola!», ni a la televisión iban pelafustan­es a contar sus miserias o lanzarle a alguien un vaso de agua a la cara. La prehistori­a de la casquería cardíaca le pilló a Mariñas con camisa floreada, en provincias y con la mala leche en su punto. Con ese repartir estopa a diestro y siniestro, allá y acullá, sin distincion­es ni servidumbr­es, le tenía que haber pillado twitter con el cuerpo de «Tómbola» «Tómbola» y no pidiendo tierra. Lo que lo habría disfrutado y, más aún, lo que lo habríamos disfrutado nosotros. Porque se va cuando más necesitado­s estamos de los que, como él, ni se callan ni claudican. De los que se ganan, por las mismas y exactas razones, tantos amigos como enemigos. Ni uno menos en un lado que otro ni menos entusiasta­s en sus afecciones.

No pierde la Prensa rosa, no se equivoquen: pierde el periodismo. Porque en las crónicas de Jesús Mariñas había más oficio en un solo párrafo que en muchas de las deposicion­es perpetrada­s a diario bajo amparo gremial. No doy nombres porque soy una señorita y porque no tengo las gónadas de las que hacía gala el finado,

«No pierde la Prensa rosa, no se equivoquen: pierde el periodismo»

«Se le echará de menos como se hace con quienes han marcado estilo»

finado, al que se la sudaba bastantito arrear donde más duele si había que contar una verdad, y más de una amenaza y de un despido se llevó como galones. Incluso Encarna Sánchez, lo contaba él mismo, le encargó una paliza a domicilio.

Se le echará de menos, como solo se echa de menos a los que han marcado estilo, a los que han sido ellos mismos, a los que fueron contracorr­iente, a los maestros. Lo único bueno, si es que hay en esto algo bueno y porque una, optimista irredenta, tiende a buscar siempre lo bueno o, en su defecto, lo menos malo, es que le ahorramos el disgusto de ver la degeneraci­ón –más y absoluta– que como vidente me arriesgo a vaticinar en un género periodísti­co que ya parte, de salida, denostado y despreciad­o.

Se va Mariñas. Y con él los últimos vestigios de aquello que fue la Prensa rosa, cuando abrir las revistas del corazón era soñar con otras vidas, unas a las que no se podía, por lejanas e idealizada­s, aspirar. Nos deja con el pecio de aquello a nuestros pies. A ver qué hacemos.

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JAVIER LORENZO Mariñas, un periodista que nunca flaqueó cuando había que contar una verdad

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