Stéphane Brizé, el buen patrón
El cineasta francés remata su trilogía de crítica al capitalismo con «Un mundo nuevo»
EmpiezaEmpieza a hablarse de Stephane Brizé como del Ken Loach francés. La culpa la tienen tres películas («La ley del mercado», «En guerra» y «Un nuevo mundo», que se estrena hoy) protagonizadas por Vincent Lindon, que analizan, desde la perspectiva del obrero pero también del cargo ejecutivo, el modo en que el capitalismo salvaje devora la dignidad y la libertad de los individuos. «Nunca la concebí como una trilogía, no soy tan previsor», confiesa entre risas. «Me di cuenta de la conexión cuando acabé el rodaje de la última. En los tres filmes los protagonista s se replantean cuestiones capitales relacionadas con su ética personal cuando el sistema les obliga a ello, con resultados muy dispares». El título en castellano, «Un nuevo mundo», puede llamar a engaño. En francés es «Otro mundo». ¿A qué «otro» se refiere Brizé? «Cada espectador puede interpretarlo a su manera. Ese otro mundo es el que podemos lograr si no cejamos en nuestro empeño por buscar justicia, no importa el escalafón que ocupemos en la cadena laboral», explica. «Si no somos idealistas, ese otro mundo es el que quieren construir las empresas para las que no hay personas sino números, que solo se guían por los índices de un mercado fluctuante. O ese otro mundo posible es el que podría haberse revelado después de la pandemia, si hubiéramos aprendido algo de ella», añade.
Órdenes injustas
Stephane Brizé y su guionista en este triplete de conmovedoras películas-denuncia, Olivier Gorce, entrevistaron a más de cincuenta cargos directivos de empresas para documentarse a la hora de crear a Philippe (Lindon). «Muchos coincidían en que la presión es insoportable, y que muchas veces han tenido que obedecer órdenes con las que no estaban de acuerdo que afectaban a la vida de un montón de personas. En ese contexto», admite Brizé. Vincent Lindon ganó el premio al mejor actor por «La ley del mercado», y desde entonces su presencia en las dos películas siguientes de la trilogía parecen haberle convertido en el intérprete fetiche de Brizé. «En absoluto. En “El jardín de Juliette” me pidió encarnar al padre de la protagonista y le dije que no», suelta divertido. «A pesar de que procedemos de esferas sociales muy distintas, nos entendemos sin apenas mediar palabra. Sus dudas, sus métodos de trabajo, resuenan de forma muy orgánica en las mías», remata.