Las raíces del dogmatismo
► El autor describe cuándo nace la política de la cancelación en este valioso libro donde asimismo las terribles consecuencias que nos acarrea ★★★★★
Hemos acumulado mucho material inflamable y ahora no para de arder. Eso es lo que dice Jorge Soley en este libro imprescindible para comprender el origen y el alcance de la cultura de la cancelación. Durante décadas se han construido los pilares de la corrección política gracias a la hegemonía izquierdista en la educación, de donde han salido generaciones de puritanos activistas, de inquisidores violentos que suplen la ignorancia con dogmatismo moral. Una auténtica dictadura. Todo comenzó con la Escuela de Frankfurt, que tomó un concepto soviético, «políticamente correcto», usado por los comunistas para designar a lo que se mantenía dentro de la verdad oficial, y, por tanto, reprimir a la disidencia. A partir de ahí, Marcuse, Fromm y otros, inspirados en Marx y Freud sobre todo, desarrollaron la «Teoría Crítica». Consiste en detectar lo que en la sociedad no encajaba con su visión ideal y desmantelarlo desmantelarlo a través del activismo. Había que derribar todo para construir al Hombre Nuevo y la Sociedad Nueva. En consecuencia, el objetivo de la docencia o la cultura no era saber más sobre la realidad, sino transformarla. Es lo que Jacques Derrida llamó «deconstrucción»: prohibir y censurar para imponer una verdad nueva a través de la propaganda y la coacción. Nació el «activista comprometido», normalmente un cultureta de segunda que compensa su fracaso haciendo política. También los dirigentes se alimentan de la corrección política, así como las instituciones públicas y privadas. Hay universidades que retiran libros por considerarlos insultantes para determinados colectivos, que impiden conferencias que indignan a ciertos grupos o que permiten que se niegue la entrada de personas políticamente incorrectas. Todo lo que no es «progre» resulta ser patriarcal, fascista, racista, homófobo o transfóbico, y así se otorgan el derecho a censurar y vetar. Soley describe este intento de hacer tabla rasa del pasado, de dictar el presente para forjar el futuro, que mide la cultura por estándares de diversidad sexual y racial, como en los premios Oscar, o censurando a Tintín, Astérix y Dumbo. O que alerta del «contenido peligroso» a los espectadores que ven «Lo que el viento se llevó» como si fuéramos niños.