Putin, inverso Pigmalión

HaceHace veinte siglos que Ovidio recreó el mito de Pigmalión en «Las metamorfosis». De aquel rey de Chipre, esmerado y aficionado escultor, que terminó enamorado de su propia obra, Galatea, hemos heredado un efecto universalmente conocido: un proceso a través del cual la potencial influencia de alguien tiende a moldear la realidad, lo que ya existe, confirmando sus expectativas y creencias. Transformar en función de lo que uno desea. No sabemos si el poema latino habrá llegado al Kremlin, pero en caso de haber traspasado la hermética burbuja que aísla a Putin, quizá le dé una pista de las consecuencias de sus últimos movimientos, de los giros geopolíticos que se le van acumulando. En los 85 días en los que la guerra ha azotado, está azotando, a Ucrania, las convulsiones se han acelerado y aquellos primeros augurios y pronósticos de cambios de tendencia que iban a marcar el orden internacional se van consolidando con una precisión casi milimétrica.

Si en estos meses se ha afianzado el fin de la post Guerra Fría, si se ha ratificado la brecha mundial entre conceptos irreconciliables de modelos políticos y sociales, si se ha reafirmado un escenario cada vez más multipolar, cargado de incertidumbre económica y financiera, y si la Unión Europea, como idea y como realidad, va recuperando bríos perdidos, la última transición culmina con las solicitudes de ingreso en la OTAN de Suecia y Finlandia. El auge de la escalada bélica y de lenguajes y modelos militaristas olvidados derivan en el ocaso de la neutralidad nórdica cultivada durante décadas: el viraje hacia una mayor apuesta por la seguridad y la defensa de países tan comprometidos con la democracia (y tan próximos geográficamente a Rusia) solo puede configurar una nueva era. Intentando forjar un mundo a su medida, Putin ha equivocado sus cálculos y está esculpiendo, cual inverso Pigmalión, una Galatea muy diferente a la que imaginaba.