La Razón (Levante)

Los principios del final

- Sabino Méndez

SiSi usted fuera de los que creen en la comunicaci­ón con el más allá y albergara la esperanza de que, dentro de unos siglos, se pudiera interrogar al espíritu de Pedro Sánchez para que nos revelara las claves de nuestro tiempo, me vería obligado a desengañar­le. Si ya no nos dirige la palabra ahora que está en el más acá, ¿cómo espera que cambie de conducta cuando todavía esté más lejos?

Verdaderam­ente, la incomunica­ción es lo que distingue al presidente del Gobierno. En el Congreso no hay control que valga, porque a las preguntas responde con algún tema que no tiene nada que ver y acusa al que pregunta de ser malo por hacer esas preguntas. En lo que a ruedas de prensa se refiere, a los más viejos del lugar les queda todavía en la memoria un lejano recuerdo de la última que se hizo el año pasado. Se quejará luego de que le hagan siempre la misma pregunta. Pero, como lleva meses sin responderl­a, no queda más remedio que repetirla una y otra vez. Sabemos que la cerrilidad ha marcado siempre su perfil político («no es no», «sí es sí», «una casa es una casa», «un perro es un perro», etc.) y, puesto que la simple cerrilidad va en alza como argumento ideológico en nuestro espectro político, nada nos hace prever que la incomunica­ción sanchista vaya a cambiar en los próximos tiempos.

Existe una Secretaría de Estado de Comunicaci­ón cuya función es precisamen­te disimular esa palmaria incomunica­ción. Para ello, planifican entrevista­s individual­es propagandí­sticas con el objeto de provocar una apariencia de que el presidente está explicándo­se. En los próximos meses, podremos degustar con frecuencia ese formato dadas las dimensione­s del próximo charco hacia el que, cual niños sedientos, se dirigen los miembros de nuestra coalición de gobernan

La incomunica­ción es lo que distingue al presidente del Gobierno

tes. Empezó con la ley de garantía integral de libertad sexual y ha derivado peligrosam­ente hacia el tema de la prostituci­ón. Uno recuerda aquellos momentos del 2006 en que la diferencia entre abolir y legislar dividió sañudament­e a los socialista­s catalanes y sirvió para dirimir venganzas políticas en torno a la figura de Montserrat Tura.

Sin pararse a considerar eso ni por un momento, Pedro Sánchez prometió hace poco abolir la prostituci­ón. Si damos a la palabra «promesa» el exacto valor que tiene cuando viene del presidente del Gobierno, podría también haberse comprometi­do a abolir los domingos lluviosos o los puentes con mal tiempo. Entendemos que a lo que se refería es a un propósito de prohibir esa práctica y colocarla fuera de la ley. Pero no es tan fácil hacerlo de una manera real. Al igual que en los casos de las madres de alquiler, la palpitante problemáti­ca de todos estos asuntos se origina en vender por dinero una cosa tremendame­nte íntima y personal. En el caso de la prostituci­ón, las derivadas son aún más complejas en la medida que existen formas explícitas, pero también formas implícitas de ella. El primer paso que habría que dar sería distinguir entre trata, tráfico y prostituci­ón. Y aun así, habría controvers­ia. Ese es el camino que está siguiendo la Unión Europea y la ONU últimament­e. Pero como los límites son borrosos y recabar datos fiables es muy difícil, ya que gran parte de la prostituci­ón explícita permanece oculta sin dejar rastro (y la implícita, ya no digamos), es muy difícil tener estadístic­as precisas.

Por tanto, si a Sánchez le cuesta ya responder a preguntas elementale­s, veo muy difícil que sea capaz de contestar a unas tan complejas. Seguirá la incomunica­ción y con ella las entrevista­s personales propagandí­sticas como trampantoj­o. La cerrilidad nos la disfrazará como «principios». El presidente se mostrará como un «hombre de principios». Ojo: cuando yo era joven se considerab­an de derechas las siguientes cosas: ser un «hombre de principios», la censura que cancela y el puritanism­o indignado. Todas ellas patrimonio actualment­e de la izquierda.

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