Contra el patriarcado ruso
La directora Kirill Serebrennikova firma una cinta sobre la opresión sufrida por la mujer que se enamoró de Tchaikovski
La presencia del disidente ruso Kirill Serebrennikov a competición ha sido motivo de polémica desde que se anunció la sección oficial. El director artístico, Thierry Frémaux, afirmó que entendía la petición de boicot total aunque, claro, para él Serebrennikov es una excepción.
Fue un paria para el régimen de Putin, ahora vive exiliado en Berlín, está autorizado como voz de la resistencia y preparando una adaptación de «Limonov», el excelente libro de Emmanuel Carrère, con Ben Whishaw como protagonista. El problema es que la película que nos ocupa, «La mujer de Tchaikovski», está parcialmente financiada por un famoso oligarca ruso, Roman Abramovic, ex presidente del Chelsea, amigo de Putin y ahora afectado por el embargo europeo.
El cine de Sebrennikov está especialmente interesado en todas las formas de opresión. Su película, no obstante, no se mete explícitamente en política, o lo hace desde la crítica al patriarcado que, en Rusia, a finales del siglo XIX, impedía que una mujer pidiera el divorcio o tuviese pasaporte propio.
Obsesión neurótica
Cuando Alexandra se enamora locamente del famoso compositor ruso (los aspectos más controvertidos de cuya vida fueron eliminados por la ideología soviética), no sabe que está vulnerando la ley del más fuerte, y ese amor, que tiene algo de obsesión neurótica y que acaba convirtiéndose en su cadalso social, la conducirá, en su testarudez por reivindicarse como esposa de un hombre que tiene otras inclinaciones sexuales (de dominio público), a la exclusión y la condena moral.
Serebrennikov evita los excesos del Ken Russell de «La pasión de vivir» para apropiarse de un clasicismo elegante, de un romanticismo exacerbado, con el fin de contar el descenso a los infiernos de una mujer que se obstina en amar a la persona equivocada y al final es acorralada por la misoginia de una sociedad que no entiende la pasión, y menos cuando es síntoma de disidencia y locura.
Otra pasión centra «Las ocho montañas», de Felix Van Groeningen y Charlotte Vandermeersch. La pasión de una amistad masculina que nace en la preadolescencia y se prolonga hasta la madurez, en el marco de una Naturaleza que se resiste a ser abstracción para transformarse en un espacio que se sustantiva.
Si no fuera por una molesta voz en off y un abusivo uso de la música, «Las ocho montañas» sería una conmovedora radiografía de cómo dos hombres, víctimas de sus herencias y sus silencios, se entienden y se apoyan sin pedir nada a cambio con una generosidad que traspasa la pantalla.