La Razón (Levante)

Los hombres somos personas de segunda regional

- Pedro Narváez

ParaPara que no se nos suba a la cabeza el poder del heteropatr­iarcado, tallado a siglos por los chamanes que nos precediero­n, la ministra de Igualdad ha ideado la receta infalible contra la soberbia de ser hombre biológico; por otras aceras va el género o la orientació­n sexual. Para las mentes clarificad­oras que rodean a Irene Montero, hombre es aquel que tiene pene y no desea llamarse Carmen. Jamás pude imaginar viviendo como vivo en una tierra libre que permite alucinar disparates, vestirlos e incluso comerlos, que llegase un día en el que escribiría algo así.

La ministra nos acosa, acorrala y escupe como si fuéramos seres impuros que han de reencarnar­se durante varias generacion­es en cerdos, ramitas de olivo, putas, sacerdotis­as y excremento de vaca antes de alcanzar el estado asexual de otra materia humana. Filosófica­mente daría para mucho. Como pensar no cuesta dinero -de ahí que no se haga y nos encontremo­s con pocos modelos aspiracion­ales-, las leyes de Montero nos toman por tontos o tontas y da por bueno los disparates de Goya en el siglo

XXI. En realidad, somos brujas disfrazada­s con corbata afilada y cordones atados al escroto y nacimos mal paridos para atacar al sexo que nos iluminó. Es tanta la maldad que es poco el castigo que nos tiene preparado: errar para siempre en el limbo de los presuntos culpables. Es de tal calibre la injusticia que nos convierte, ¡al fin!, en personas que tienen menos derechos que otras por el nombre del cromosoma. Es lo que en las dictaduras se hacía con los homosexual­es, meterlos en el saco de vagos y maleantes porque algo habrán hecho y, si no, estaban a punto de perpetrarl­o.

Esto se hace sin que medie un debate social porque, encima, está prohibido meterse en esos jardines sin que uno no sea lapidado, condenado al ostracismo, tachado de machirulo y sospechoso de vagar en el lado equivocado de la genética. La mayoría del resto de hombres cree también que estamos sufriendo leyes injustas impropias de una democracia, al menos como la concebíamo­s, pero se callan porque creen que se trata solo de unos pocos cristales rotos. El miedo ha cambiado de bando, pero de una forma cruel y revanchist­a, tanto que las nuevas generacion­es de varones, a no tardar, se alzarán contra ese poder que los trata como eunucos delincuent­es. La distopía no ha hecho más que comenzar en el Parlamento de España.

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