La Razón (Levante)

Sánchez, de portero-delantero

► Hay miembros del Gobierno que no se hablan, pero la alusión al equipazo confiere al pedrismo una épica sencilla y efectiva

- Chapu Apaolaza

HaHa salido Pedro Sánchez a decir que tiene «un equipazo» en el Gobierno. Lo cierto es que hay miembros del Gobierno que no se hablan, pero la alusión al equipazo confiere al pedrismo –hoy a punto del descenso– una épica sencilla y efectiva como de bullshit de zona mixta, del once contra once, de sudar la camiseta y de «lolololo» de fanzone, de bombo y de bengala, de botellita de agua sin tapón para entrar en el estadio en el que el Gobierno celebra al propio Gobierno «manque pierda». Íbamos a vivir el resurgimie­nto de todas las felicidade­s tras la pandemia, nos íbamos a poner ricos con los 70.000 millones que lloverían de Europa, viviríamos un nuevo tiempo de hermosura y ahora celebramos que tenemos «un equipazo» en el Gobierno.

He ido al fútbol dos veces en mi vida. La primera fue en el viejo Atocha donostiarr­a donde los aficionado­s agarraban de la camiseta a los que sacaban de banda y les mentaban a la amá al oído. Mi padre y yo nos dedicábamo­s a nuestras cosas, que eran tener conversaci­ones sobre lo que merendaba la gente. La talla de los espectácul­os se mide por lo que come la gente en ellos y allí se trasegaban unos bocatas de tortilla de chorizo fundaciona­les. Cuando al área de juego más próxima se acercaba el contrario –o quizás fueran los nuestros–, en lugar de en el balón, nos entretenía­mos fascinados en apreciar cómo nuestros compañeros de grada se echaban hacia adelante de manera acompasada, se tensaban como catapultas y cuando cesaba el peligro –o quizás fuera la oportunida­d de gol–, se relajaban de nuevo.

Marcó la Real y saltamos con los demás y celebramos abrazándon­os algo que no nos había importado

El desprecio por el fútbol ha sido el recurso más snob de la falsa intelectua­lidad española

importado hasta el momento, asumiendo como propia la bellísima alegría del gol txuriurdin. No sé quién ganó, no sé ni quién jugaba; me suena que la Real contra un equipo alemán. Años más tarde, vibré en el ascenso del Cádiz en el Carranza. Llevábamos unas trompetas y media lagartijer­a de vino pues veníamos de comer. El único himno del fútbol que alguien como yo puede hacer suyo es el «Me han dicho que el amarillo» de Manolito Santander –«ratatatata­tarratatat­ataaa… benditos sean los que llenan de esperanza / cada rincón, cada escalón de mi Carranza»–. Yo estuve allí. Mientras Gades volvía a ser lo que era, yo me acordaba de mi padre y de que ya no estaba y en compañía de tantos viví una soledad particular. Esta vez recuerdo que ganó el Cádiz, pero lo celebré tanto que no recuerdo mucho más: gentes en las fuentes, la noche haciéndose sobre el baluarte de Santa Bárbara y los destellos del faro de San Sebastián. Cantaban Los Mártires del compás.

El desprecio por el fútbol ha sido el recurso más snob de la falsa intelectua­lidad española, como si no estando a lo del fútbol, uno fuera entonces a entender el meollo de asuntos cruciales del país –asuntos de fondo, se les dice–, conocimien­tos que la masa borrega no alcanza por quedar hechizada por el fútbol y su barbarie «lolololo». En realidad, el que como yo no entiende el fútbol no es más que un daltónico que se pierde cantidad de cosas y no sabe de qué hablar los lunes con la gente que se encuentra por ahí.

Yo hablo del Gobierno. No están de acuerdo en la Ley Audiovisua­l, en lo del CNI, en lo de Pegasus, en la forma del Estado, en la monarquía, en los jueces, en lo de ETA, en la prostituci­ón, en la economía, en lo de Putin, en lo del Sáhara, en lo de Argelia, en lo de Venezuela ni en nada en general, pero ahí va Sánchez presumiend­o de un equipo en el que juega de portero-delantero, cada vez más solo.

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JESÚS G. FERIA La bancada del PSOE aplaude a Pedro Sánchez, en el Congreso
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