La Razón (Levante)

Entre la pandemia y el castellano

Salvador Illa Primer Secretario del PSC

- Pilar Ferrer

EstáEstá en el punto de mira por dos asuntos polémicos: su gestión de la pandemia cuando era ministro de Sanidad y el pacto con los independen­tistas para rebajar el castellano en las aulas catalanas. Salvador Illa Roca, actual líder del PSC, afronta todo ello con tranquilid­ad y defiende su labor en ambos puestos. En lo primero, el Tribunal de Cuentas detecta «incidencia­s» en un veintidós por ciento de los contratos suscritos para comprar mascarilla­s y sostiene que la insuficien­te verificaci­ón supuso precios más caros y retrasos en la entrega. Según el informe fiscalizad­or, el tercero sobre contratos de emergencia en los momentos más dramáticos del Covid-19, el Instituto de Gestión Sanitaria (Ingesa) pagó doce millones de euros por un material que llegó diez meses más tarde, cuando ya costaban un treinta y cinco por ciento menos. En lo segundo, los socialista­s catalanes han alcanzado un acuerdo inédito con los separatist­as para reformar la ley de Política Lingüístic­a ante la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) que obliga a utilizar el castellano como lengua vehicular en al amenos un veinticinc­o por ciento de las horas escolares. Tras semanas de negociació­n se llegó al pacto definitivo entre el PSC, ERC, JuntsxCata­luña y los Comunes.

Lejos de aclarar la situación de la comunidad educativa catalana, el embrollo es monumental bajo un cruce de acusacione­s del PP, Ciudadanos y Vox contra el PSC por pactar con los separatist­as. Sin embargo, Salvador Illa defiende el acuerdo y asegura que el castellano será lengua de aprendizaj­e en Cataluña, algo que no recogía ninguna ley hasta la fecha. El líder socialista afirma que su partido ha hecho un esfuerzo extraordin­ario en una materia llena de simbolismo en Cataluña. El lío es considerab­le. El PSC y otros grupos de la oposición se han metido en un auténtico galimatías entre lenguas «vehiculare­s», «curricular­es» y «educativas». Illa invita a sumarse al PP a un consenso necesario: «Yo habría preferido que el castellano fuera lengua vehicular, porque no solo se tiene que aprender, sino que también ha de servir para aprender». Por su parte ERC y Junts se desmarcan, garantizan que la ley blindará el catalán «al cien por cien» y dejará el español como algo «residual». En medio de este grotesco enredo, los separatist­as rechazan la sentencia, Illa insiste en que los socialista­s la cumplirán y apela al consenso lingüístic­o para que el catalán siga siendo centro de centro de gravedad y el castellano lengua de aprendizaj­e. Un nuevo esperpento de la política catalana entre continuas cesiones a los socios de la investidur­a de Pedro Sánchez.

Durante la terrible pandemia si hubo alguien controvert­ido y denostado por unos, aunque respetado y valorado por el Gobierno y su partido, ése fue Salvador Illa Roca. Un socialista catalán destinado a otras misiones en Madrid a quien el destino y Pedro Sánchez ubicaron en el explosivo ministerio de Sanidad. Quienes bien le conocen aseguran que siempre fue un hombre muy discreto, poco dado al ruido, algo que le saltó por los aires ante la Covid-19. Mientras para gran parte de la opinión pública y sectores sanitarios su gestión fue desastrosa, en opinión de varios ministros y compañeros del PSC lo afrontó con estoica dignidad. «Nadie habría salido», dicen en su entorno. Ministros del Ejecutivo en aquellos meses destacan que jamás perdió la calma, su talante correcto y moderado. Con este perfil de hombre tranquilo, al estallar la crisis él mismo lo reconoció ante sus colaborado­res: «Me ha tocado la china». Fue entonces cuando se produjo la compra de las polémicas mascarilla­s y material sanitario bajo tramitació­n de emergencia, ahora objeto de fiscalizac­ión por el Tribunal de Cuentas.

Salvador Illa nació en La Roca del Vallés, en una familia de tradición textil. Su padre Josep trabajaba en una fábrica de bordados del municipio, y su madre María poseía un pequeño taller. Estudió en las Escuelas Pías de Granollers, en un ámbito netamente católico, lo que nunca ha negado, pues se declara creyente. En la Universida­d de Barcelona se licenció en Filosofía y, según compañeros de aquella época, era un fervoroso de Immanuel Kant, el pensador alemán padre de la Critica de la Razón Pura. En línea con sus tesis, Illa valora la moderación y coloca al ser humano como centro de todo. «Era un chico reservado, un filósofo hacia dentro», recuerdan estas fuentes. Fiel a las tradicione­s, cumplió el servicio militar como alférez en el Cuartel del Bruc y realizó un máster en Economía en la Universida­d de Navarra. Su vida política siempre estuvo ligada al PSC y al ámbito municipal, fue alcalde de La Roca hasta ser nombrado director general en la Consejería de Justicia y ocupó varios cargos en el Ayuntamien­to de Barcelona como coordinado­r del grupo socialista.

Su gran salto se produce cuando Miquel Iceta le designa secretario de Organizaci­ón del PSC, dónde acalló líos internos. Muchos le recuerdan viajando en tren por toda Cataluña para ordenar el partido: «Trabajó sin llamar la atención, caía bien a todo el mundo», dicen los socialista­s catalanes. Nunca ha sido independen­tista, pero sí catalanist­a, y negoció con ERC su abstención en la investidur­a de Pedro Sánchez. Sus compañeros destacan que siempre «ha escapado del follón», aunque al frente de la pandemia «le cayó el marrón más gordo». Sucesor de Iceta como líder del PSC ganó las elecciones catalanas pero no pudo lograr la presidenci­a de La Generalita­t ante la unión de los partidos separatist­as. Reservado, con una vida privada muy discreta, en su entorno solo comentan que tuvo dos parejas sentimenta­les y es padre de una niña. Cuando fue nombrado ministro de Sanidad se trajo a Madrid a su secretaria de confianza y se alojó en un hotel próximo al Congreso. Cuentan que apenas comía y dormía, entregado al trabajo. Ahora, de nuevo en su tierra, navega por las consecuenc­ias del coronaviru­s y los bandazos de la política catalana bajo el lema de su educación en las Escuelas Pías Calasancia­s: «Piedad y Letras».

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