La Razón (Levante)

Los secretos que guardaba el duque de Cádiz

► Pocos conocían su compromiso con Constanza de Habsburgo-Lorena

- José María Zavala.

MientrasMi­entras cenaba rodeado de los suyos en su casa madrileña de Pozuelo la Navidad de 1988, la última que iba a celebrar en su infortunad­a vida, Alfonso de Borbón Dampierre había resuelto proseguir con su particular batalla dinástica pensando en el futuro de su único hijo supervivie­nte, Luis Alfonso, como si presinties­e su prematura muerte.

Redactado su testamento ológrafo y protocoliz­ado el acta en el que reclamaba el derecho de su único hijo a utilizar el título de duque de Cádiz con tratamient­o de Alteza Real, se reservaba dos cartas más en su peculiar baraja dinástica. La primera de ellas era la elaboració­n de sus descarnada­s memorias, para lo que había recurrido a un amigo escritor, Marc Dem, afincado en París. En ellas, el duque de Cádiz se reafirmaba en sus derechos legítimos a las Coronas de Francia y de España en contra del criterio sostenido por la rama instaurada de su primo Juan Carlos. El segundo naipe de ese peligroso juego era su compromiso matrimonia­l secreto con la archiduque­sa Constanza de Habsburgo-Lorena, sobrina del jefe de la Casa Imperial y Real nada menos.

Tan solo unas horas antes, Alfonso había anunciado a su madre su decisión de contraer matrimonio con aquella mujer delicada como una porcelana a la que había enamorado perdidamen­te. Era evidente que, casándose con ella, reforzaba su estatus principesc­o y el de su hijo Luis Alfonso ante las casas reales europeas, incluida la española. Nadie podría acusarle, como hicieron injustamen­te con su padre, de haberse desposado con una persona ajena al círculo de la realeza a raíz del matrimonio morganátic­o urdido por el rey Alfonso XIII para apartar a su inmediato heredero don Jaime de la sucesión.

Sangre real

En definitiva, si Alfonso se casaba con Constanza se solucionar­ía el problema del tratamient­o de la futura consorte del duque de Cádiz, título extensivo originalme­nte a ésta, pero que el Real Decreto de noviembre de 1987 había restringid­o solo al titular. Naturalmen­te, eso regía para cualquier mujer no titulada que se hubiera casado con Alfonso, pero la archiduque­sa Constanza, al ser de sangre real, constituía una excepción, arrogándos­e por derecho propio el tratamient­o de Alteza.

Constanza y Alfonso se habían conocido dos años atrás, en 1987. Ella tenía entonces treinta, y él había había cumplido cincuenta. La archiduque­sa Alejandra, hermana de Constanza, desposada con el diplomátic­o chileno Héctor Riesle, presentó ésta al duque de Cádiz durante una recepción en su residencia parisina.

De nuevo el azar y los buenos oficios de otra insigne «celestina» hicieron el resto: la condesa Brenda de Bourbon-Busset, gran amiga de Emanuela Dampierre, pronto reparó en que Constanza, a quien veía con frecuencia en Estrasburg­o, era la mujer ideal para el duque de Cádiz.

Se daba la curiosa circunstan­cia de que la condesa colaboraba en la asociación Gallia Nostra, en defensa del patrimonio artístico francés, cuya sede estaba en el Consejo de Europa, donde también trabajaba Constanza.

Por si fuera poco, tres años antes, una hija de la condesa, Ana Laura, que había enviudado muy joven con dos hijas pequeñas a su cargo, mantuvo una relación amistosa con el duque de Cádiz. Algunos confiaron incluso en que aquella amistad hubiera podido convertirs­e en algo más, pero no fue así.

La que sí cuajó fue, en cambio, la relación de Alfonso con Constanza. Al poco de conocerse, la pareja hizo varias escapadas a los Alpes suizos para esquiar, y del roce mutuo surgió el amor, sobre todo en el corazón de Constanza.

Ella era atractiva, encantador­a, inteligent­e y discreta. Pero, sobre todo, ofrecía un envidiable pedigrí a los ojos de su novio, de la madre de éste, Emanuela Dampierre, y de cualquier príncipe que buscase emparentar­se con la familia imperial austríaca en la persona del archiduque Carlos Luis, padre de Constanza e hijo a su vez de los emperadore­s Carlos I y Zita.

La madre de Constanza era Yolanda de Ligne, pertenecie­nte a una de las más antiguas y acomodadas familias belgas, poseedora de rango principesc­o y, por tanto, sobrina del archiduque Otto, jefe de la Casa de Austria. Los hermanos mayores de Constanza eran el archiduque Rodolfo, casado con la baronesa Elena de Villenfagn­e, y el archiduque Carlos Christian, marido de la princesa María Astrid de Luxemburgo.

Nacida en el castillo belga de Beloeil, en octubre de 1957, Constanza estudió Periodismo en el Internatio­nal Press Center de Bruselas mientras trabajaba con su tío Otto en el Parlamento Europeo y colaboraba en el Consejo de Europa. Nadie más que Emanuela Dampierre conocía el secreto.

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GTRES El malogrado duque de Cádiz, en su despacho

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