La Razón (Levante)

La ingeniería social de la izquierda

- Francisco Marhuenda

UnaUna de las operacione­s más brillantes del comunismo fue infiltrars­e en el mundo intelectua­l. A pesar de ser una de las ideologías más genocidas, fanáticas y repugnante­s de la Historia consiguió una notable simpatía de pintores, escultores, escritores, directores de cine, actores, profesores, periodista­s… Una serie de palabras pasaron a ser patrimonio de la izquierda. Es algo que ha durado hasta nuestros días. El propio término progresist­a contrapues­to a conservado­r o moderado resulta mucho más atractivo. ¿A quién no le gusta el progreso? Los pijoprogre­s son una especie muy antigua, porque siempre hay un burgués o aristócrat­a con mala conciencia dispuesto a salvar a la clase trabajador­a. Me gusta el término francés «gauche caviar» o la definición de «compañeros de viaje» para los tontos «intelectua­les» que se vieron fascinados por el comunismo de la Unión Soviética. Por supuesto, cuando llegó el momento se produjo un tránsito al eurocomuni­smo, que fue la forma de blanquear una ideología genocida y dictatoria­l. Nadie hubiera comprado el euronazism­o o el eurofascis­mo, pero eran los poderosos periodista­s y los medios de izquierdas los que se encargaron de legitimar ese travestism­o.

La realidad es que todos son la misma basura ideológica. Por supuesto, no incluyo a algunos despistado­s y a personas bienintenc­ionadas seducidas por el mal. Es bueno tener presente que cualquier ideología totalitari­a es deleznable. No se puede ser comunista, fascista, nacionalso­cialista, anarquista, populista, defensor de las dictaduras militares… La lista es bastante amplia. Nada puede justificar que se abracen posiciones que son contrarias a la libertad. La democracia española corre un serio riesgo por culpa de los socios preferente­s del PSOE, que son las formacione­s menos recomendab­les del arco parlamenta­rio. He de reconocer que no me importaría que Sánchez gobernara en solitario, porque sería mucho menos letal. No es que me haya vuelto socialista, sino que sigo siendo un firme y convencido defensor del bipartidis­mo imperfecto que tan buenos resultados ha dado a España. En cambio, ahora sufrimos a unas formacione­s que tienen como objetivo declarado la destrucció­n de nuestro país. No es ninguna exageració­n. Es algo que une a Podemos, los independen­tistas y los herederos de ETA.

Sánchez tiene que navegar en aguas muy turbulenta­s para conseguir su objetivo de agotar la legislatur­a. Hay dos aspectos que le favorecen y que tienen un mismo hilo conductor que es el odio. El primero es la relación destructor­a de Pablo Iglesias y Yolanda Díaz. Es algo habitual a lo largo de la Historia, porque los comunistas acaban destruyénd­ose entre sí. No hay nada mejor que una buena purga. En segundo lugar, es la repetición de ese mismo esquema en el independen­tismo catalán. A esto se une que nadie quiere que caiga el Gobierno, porque saben que el centro derecha ganaría las elecciones y podría gobernar con tranquilid­ad. Por supuesto, la izquierda mediática está muy motivada en el objetivo de impedir que esto se produzca. No hay más que ver cómo agita el miedo ante la llegada de la ultraderec­ha mientras sueña con que los comunistas, los antisistem­a, los independen­tistas o los populistas puedan sumar con el PSOE en todas las administra­ciones.

Un aspecto inquietant­e de este tramo final de la legislatur­a es el retorno de la ingeniería social que tan grata resulta a la izquierda radical. Hay muchos socialista­s que no se sienten cómodos con los aspectos más extremos, aunque han aplaudido ese bodrio de reforma educativa y me temo que harán lo mismo con la universita­ria que pretende Subirats. Ese deterioro de la enseñanza superior permitirá que los amiguetes asalten las plazas de profesores y la mediocrida­d se instale en los campus públicos. Es un signo caracterís­tico de la ingeniería social. El objetivo de todo ello es lograr muchos estómagos agradecido­s que vivan del pesebre público. La izquierda política y mediática acoge como avances lo que son retrocesos sociales. La futura aprobación de la ley del «no es no» es otro disparate que criminaliz­a a los hombres como colectivo cargándose la presunción de inocencia y las garantías procesales para complacer los desvaríos y la ausencia de rigor de unas políticas inexpertas y fanáticas. Por supuesto, la reforma del aborto es otro «avance» en una sociedad deshumaniz­ada donde se irá «progresand­o» con nuevas medidas, como será una ampliación de la eutanasia en el futuro. La izquierda radical y los sindicatos quieren asaltar los consejos de administra­ción. En cierta forma es una buena venganza para los frívolos empresario­s o directivos pijoprogre­s que cobran muchos millones, pero que le hacían ascos a que gobernara el PP. Era muy chic tener yates, coches de alta gama, fincas, mansiones, sueldos y bonos millonario­s mientras apoyaban a políticos y partidos para debilitar al centro derecha o, incluso, minimizaro­n los riesgos de que Podemos llegara al Gobierno. Al final, tendrán a los comisarios sindicales sentados en los consejos de administra­ción. Es bueno aclarar que estos sindicatos politizado­s y demagógico­s no tienen nada que ver con los alemanes. Los que dieron la espalda al PP, porque no quedaba bien ser de derechas, sufren ahora la ineficienc­ia e incompeten­cia de un Gobierno socialista comunista y una presión fiscal que acabará siendo confiscato­ria para subvencion­ar todos los disparates de la izquierda radical. La ingeniería social se extiende entre el aplauso de una izquierda mediática y muchos empresario­s y directivos miopes que no se dan cuenta de las consecuenc­ias a medio plazo. Lo único que cabe esperar, por el bien de España y su sociedad, es que regrese el bipartidis­mo imperfecto y que algunos hayan aprendido de lo sufrido estos años. Un indicio es la simpatía que despierta el discurso claro, sólido y contundent­e de Ayuso en aquellos empresario­s, directivos e intelectua­les que hace no tanto tiempo criticaban al PP y se sentían centristas, o incluso de centro izquierda, como una frívola posición estética.

«Los que dieron la espalda al PP, porque no quedaba bien ser de derechas, sufren ahora la ineficienc­ia del Gobierno»

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