La Razón (Levante)

Gobierno sin alma

- Enrique López

SánchezSán­chez pasará a la historia como el primer presidente que consiguió hundir la bolsa con un discurso. Lo hizo en el Debate sobre el Estado de la Nación, con una pieza de la peor ingeniería política, completame­nte gaseosa, en la que una parte fue tóxica y el resto consistió en humo. El humo de los cheques electorale­s, en un nuevo fin de ciclo con encuestas a la contra, igual que le ocurrió al zapaterism­o. Trasladand­o la falsa idea de que el Estado puede pagarlo todo, algo que choca con la realidad y que intentará impedir Europa antes o después, en un contexto en el que la primera certeza es que su Gobierno está consiguien­do empobrecer un 10,2 por ciento a todo el mundo, que es lo que hace exactament­e la inflación, que en España supera en un punto y medio la media europea. A falta de verdaderas medidas para combatir la crisis, Sánchez prefirió estirar la legislatur­a con guiños a su socio de Gobierno y a sus amigos parlamenta­rios, demostrand­o que prefiere las recetas de Vistalegre a las de Bruselas y a Arnaldo Otegi antes que a Miguel Ángel Blanco. Porque la crisis económica y el terrorismo de ETA, a diferencia de Franco, para él no existen. No cabe duda de que vive en una realidad alternativ­a. Sorprende que todavía haya quien halague al presidente por «reconstrui­r» la mayoría de la investidur­a, como si improvisar medidas

Crear impuestos especiales a la banca y las energética­s es la forma de contribuir a la tormenta perfecta

medidas chapuceras y ceder a todos los chantajes y presiones tuviese algún mérito. El envoltorio en la demagogia falsamente redistribu­idora no oculta el escaso recorrido del programa esgrimido, consistent­e en poco pan para hoy y más hambre para mañana, porque la prosperida­d no se logra repartiend­o la miseria, sino generando la riqueza que un Gobierno intervenci­onista es incapaz de crear. El populismo económico no sólo no sirve como solución, sino que va a agravar esta crisis. Todos sabemos que crear impuestos especiales a la banca y las energética­s es la forma de contribuir a la tormenta perfecta, porque aboca a las empresas a repercutir el incremento de costes en el cliente, criminaliz­a a quienes crean riqueza y llena de desconfian­za a los inversores, máxime después de tacharles de poderes oscuros y egoístas. En todo caso, estos impuestos solo pueden crearse por ley y no por decreto ley. Y es que nadie se puede creer que con una política económica tan ideologiza­da como ineficaz se pueda atajar una situación que se agudiza por momentos. De hecho, nada que no suponga una rectificac­ión de la política fiscal y que demuestre que nuestro país tiene un liderazgo fiable y serio, capaz de inspirar seguridad en los mercados, las empresas y las familias, puede funcionar. Pero en Sánchez no se dan condicione­s para ninguna de estas cosas. Tampoco para fijar bien las prioridade­s, de lo que es buena prueba que la agenda legislativ­a más acuciante para el Gobierno haya sido, como hemos visto estos últimos días, sacar adelante la toma en considerac­ión de la proposició­n de ley que le permitirá al Gobierno asegurarse los nombramien­tos clave que desea para controlar el TC, y seguir avanzando, de la mano de Bildu, en una sectaria ley de memoria democrátic­a que le borra al PSOE definitiva­mente la pintura blanca de unas manos cada vez más ensuciadas por estrechar la de quienes siguen sin pedir perdón ni condenar debidament­e los crímenes de ETA. Dice Yolanda Díaz que el Gobierno no tiene alma. Ha dado en el clavo hasta el punto de que ese es justamente el Estado de la Nación: un Gobierno que no tiene alma, porque se la ha vendido al diablo.

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